domingo, 6 de noviembre de 2011

Dante, Virgilio y Beatriz...





No he tenido la experiencia de visitar el infierno –metafóricamente hablando. Lo más cercano fue en 1992, durante mi residencia médica, de eso hablé hace muchos posts: se trató de un juego de ideas y asociaciones, nada que ver con la permanencia en el inframundo.


Hace algunos días recordé cuando arrastraba penas, dormía dolorida, abría los ojos y tenía resaca de llanto, iba al laburo empujada por la inercia y, al regresar, el mismo círculo. Ni en esa época de tristeza sentí, estoy segura, haber sido huésped del averno.


Hoy visité la gran cueva donde guardo, en pequeños baúles, mis recuerdos. Desempolvé y limpié un poco el lugar. Leí algunos papeles doblados con empeño y protegidos en fina seda: no lloré, sólo fue que me sorprendí porque, en esos días, en medio del dolor y el abatimiento, analizaba, no tenía compasión de mi misma. Aunque en ningún momento hablé de estar o sentirme en el infierno, ni siquiera cuando alguien intentó cargar en mi consciencia una decisión dolorosa, la cual enfrentaré siempre con la cara en alto.


Qué tan atormentada puede estar una persona para sentir que habita en el infierno. Mucho, infiero y al mismo tiempo me entra una curiosidad enorme de imaginarme en el averno de Dante y darme un paseo. En internet existen video-juegos, incluso apps para celulares y tabloides.



Habrá que introducirse en los nueve niveles:

Nivel 1. (El limbo) están los muertos no bautizados

Nivel 2. Los lujuriosos

Nivel 3. Los glotones

Nivel 4. Los avaros

Nivel 5. Los iracundos

Nivel 6. Los herejes y epicúreos

Nivel 7. Los violentos divididos en grupos: violentos contra el prójimo, contra sí mismos, y contra Dios

Nivel 8. Los fraudulentos, divididos en diez hoyos concéntricos o `'bolsas''

Nivel 9. Con cuatro zonas, donde se encuentran los gigantes traidores agrupados por el objeto de su traición


Con qué propósito: el caos. Cuando las cosas a nuestro alrededor –incluso la moral– pierden su identidad, y no se logra visualizar la belleza del universo, se entra al caos, a la nada. Experimentar los nueve niveles del infierno nos introduce a un lugar muy peligroso. Pero al fin de cuentas, se trata de una travesía liberadora, un recorrido para lograr llegar a la montaña de la felicidad. Quién sería mi Virgilio (personifica la razón) y quién esa Beatriz (personifica la fe), para acompañarme en la aventura.


Al mismo tiempo imagino a uno que otro de nuestros inútiles personajes de la política metidos ahí, en el mismísimo infierno. Atorados entre el nivel ocho y nueve –o en niveles aún más iniciales–, ahogándose en su penas y tormentos. Obispos, cardenales, sacerdotes y tal vez algún papa, sin lograr avanzar por ese terreno en forma de cono (descrito así por Dante), desesperados, achicharrándose en medio de sus miserias y sus malas acciones, las cuales visualizaran de forma repetitiva, hasta que sus ojos, desorbitados, no puedan discernir los bordes ni las limitaciones, porque se han mezclado allí y se han convertido ellos en un todo; nada más y nada menos que con el propio averno. Digo propio porque así es, cada quien tiene su infiernillo en llamas de grado variable. El mío es virtual en este momento, y espero que así siga siendo hasta el final de mis días.



Y el tuyo, ¿qué tal?



Foto de Gordana Popovic



Mafalda desde si misma...


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