lunes, 14 de diciembre de 2009

Vivo entre cuatro paredes y un río...

foto cargada por melodious flower en flickr


Vivo entre cuatro paredes, un techo y un piso. Cada mañana soy consciente que estoy porque despierto. Dentro de las cuatro paredes hay una ventana y por ahí se asoma el verificador de mi continuidad.

Recorro el espacio donde vivo: son veinte pasos, no más. Tres de las cuatro paredes se adornan con libros, en su compañía vivo en medio de palabras y otros mundos. Me distraigo yendo una y otra vez sobre esos veinte pasos, al hacerlo, descubro que conforme el sol aparece y deja mi ventana, me ha cambiado la piel, la voz y el sabor en los labios. Mi pelo es menos negro, los ojos me brillan con más asombro, el corazón no da saltos al primer estímulo, acuso mejor el oído y me ajusto con tranquilidad la mirada.

Llevo la cuenta de los años. Aprendí rápido a soñar: lo hacía en blanco y negro, desde hace una semana es en tono marrón. Me relaciono poco y con algunas gentes. Siempre he tenido miedo y, para protección, me encierro en mis cuatro paredes con piso y techo.
Confieso que no sólo por el temor me aíslo. Sucedió que un día descubrí lo bueno de vivir así: logro echar fuera lo que tengo dentro, vivo en otro mundo, en otra ciudad o en la mía, entre jardines, lluvia o montes. Todo esto lo saco en imágenes, en palabras, en frases, en cuentos. Lo escribo para no olvidarlo.

Vivir consiste también en salir de mis cuatro paredes. Recorro las aceras: un día mirando a la izquierda, otro más a la derecha, muchos con la mirada al frente. En esas andaba cuando descubrí que en el piso se forman imágenes interesantes. Hoy mi caminar nada tiene que ver con el estado de ánimo, podrán encontrarme mirando hacia abajo pero con el alma hasta el cielo. Me gustan las incógnitas y me emociona encontrar respuestas. Me divierte descubrir entre las máscaras una cara conocida y grito vítores y porras al sentirme reflejada. Me burlo de lo forzado, de lo imitable, de la ausencia de originalidad. Me cuesta trabajo entender la repetición de errores y me molesta descubrirme en ello. He superado la actitud de sentirme diferente sin serlo, desde entonces cuando estoy en familia, logro reconocer en mis hermanos alguna de mis manías, en mis sobrinas muchos de mis aciertos, en mi madre mis miedos. Si me preguntan lo mismo cada mes o cada año, recuerdo que yo vivo entre cuatro paredes, un techo y un piso; entonces, me río, y les contesto lo mismo que hace diez años.

Como verán no soy muy diferente a los demás. Continúo divirtiéndome de aquellos que no se aceptan y se niegan a ver que las diferencias no van más allá de la simple actitud.
Hace unos meses me confundió la soledad y,  sin precaución, dejé entrar a un arrogante. Salí rápido del embrollo. 

Es necesario hacer una nueva historia donde escurran los besos, transformar la antigua donde fui derrotada. El triunfador que la cuente, el resto es olvido. Esto que hago no es hablar, no se trata de escribir, no intento explicar. ¿Será parecido a escavar? En la cabeza está todo, lo echaré fuera como carbón de una mina abierta. Las historias que me invento invaden los jardines, los callejones, los hoteles, las playas, las librerías, los cines. Esquivan el frío, se burlan del oleaje. Son historias con brazos, con bocas que hablan en idiomas confusos. Las escribo con palas y sudor. Saco el carbón a carretadas. La historia real aplaude.

A esta edad es peligroso volver a morir de amor, entonces, seguiré acusando el oído y si aún así caigo directa al vértigo... por ahí me verán en terapia: colocando vendas y curitas para unir los pedazos de corazón, a lo mejor de nuevo me salvo. Las decisiones se toman en un segundo y se pagan toda la vida. No han inventado todavía algo infalible para curarse en salud de esto. Aún tengo mucho que aprender, ver, leer, escuchar. 
Abriré mis brazos y me iré directo hacia la vida.
Vivo entre cuatro paredes, un techo, un piso y un río…


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Mi poeta  Lumpenpo, me regaló un pedacito de esperanza. Se trata de un "cachito" de la Loteria Nacional.






Este "cachito" lo regala la administración de lotería Z-13, en Gran Vía 36, de Zaragoza. Teléfono 976 -23 57 69.
Contacten con Alas de Plomo para que se informen cómo hacerlo.



Paso el cachito a estos amigos y amigas:




W






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foto cargada por mafalda en flickr



Además, ya me conocen lo floja y tardada que soy para publicar.  Por eso aprovecho para desearle a todas y todos…



¡¡FELICES FIESTAS!!




CHUPANDO QUE ES GERUNDIO



¡¡SALUD!!






FIRMA: Un ser de este mundo






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jueves, 3 de diciembre de 2009

Cronopios...


Foto cargada por maeame en flickr


Conocí en este mundo cibernético a Humanware, alguno de ustedes lo recordarán. Sus post revelaban el mundo médico desde una perspectiva estilo ER:  movimiento de batas y estetoscopios; salvavidas en acción. Algunas veces una radiografía con un hueso roto estaba expuesta al abrir su blog; creo recordar que hasta una tomografía de cráneo llegó a colgar.

Humanware tenía la capacidad de narrar la parte mórbida del momento médico. En sus textos incluía pelos y señas de lo que acontecía en el momento crítico de una sala de urgencias.

Recuerdo que en ese tiempo yo llegué a pensar que el Human era un apasionado de la sangre fresca.

Sospecho que los médicos tenemos alguna fijación que nos activa la adherencia a lo crudo (la explosión del alma en convulsiones, torceduras, rupturas, aplastamientos, oclusiones, pudriciones, etc.) La mía consiste en ser espectadora de arritmias cardiacas (alteraciones en las contracciones del corazón) que colocan al paciente en la línea, donde algunos dicen “ver la luz”. Pero la adrenalina me llega a niveles superiores dejando una estela sutil de placer, cuando descargo electricidad sobre el pecho de ese individuo que está a punto de irse de este mundo y, al hacerlo, el corazón en desenfreno y disparejo (del paciente), se cuelga de nuevo al ritmo universal: Pip, pip, pip…¡uffff!


-Don Gulmaro, ¿Cómo está eso de que le duele más tener una sonda para que orine, y no le molesta la fractura de su esternón que le hicieron los cirujanos para operarle el corazón?

-Auchhhh, yo que sé doctora, pero este ardor está tan cabrón, que no me deja concentrarme en el otro dolor, el del hueso ese que me rompieron.

Los pacientes no siguen el código esperado, en pocas palabras no leen el libro de medicina. Para muestra este otro botón:

-Doctora, el paciente está despierto –me dice mi residente de tercer año de urgencias médicas-. Sangrado mínimo, presión arterial adecuada y sin aminas (medicamento que ayuda a subir la tensión arterial). Sólo tenemos pendiente progresar el ventilador para extubarlo durante la noche (para que respire por si solo sin necesidad de ayuda).

-Rubén, ¡abra los ojos! –Me dirijo al paciente que tiene un tubo en la boca. De inmediato obedece, su mirada interrogante y angustiosa me atraviesa-. Necesito que esté tranquilo, nos tiene que ayudar para lograr quitarle esa sonda molesta que tiene en la boca –Mueve la cabeza en forma afirmativa.

Lo revisamos, intercambiamos detalles del manejo. Media hora después, la enfermera grita como si le hubieran arrebatado la bolsa en la calle (bueno yo lo hice así una vez, hasta asusté al raterín). Al llegar al cubículo vemos que el paciente se sacó la cánula de su boca con todo y globo inflado.

-Oiga Don Rubén, mire nada más, se lastimó la garganta –le reclamo más tarde-. Esto no se hace así, lleva un proceso para quitar el ventilador.

-Pues ya ve que no. Además usted me dijo que les tenía que ayudar ¿o no? ¡Ahí está y más rápido!


Diría mi abuela: Cada quien en sus entendederas.

El post se trataría de otra cosa, de mis fantasmas, pero no, hoy no.

Deseo compartir esta historia de Cortázar que viene en Papeles inesperados, textos inéditos. Es un relato de cronopios muy a doc con esto de las entendederas.



Vialidad



Un pobre cronopio va en su automóvil y al llegar a una esquina le fallan los frenos y choca contra otro auto. Un vigilante se acerca terriblemente y saca una libreta con tapas azules.

-¿No sabe manejar, usted? – grita el vigilante.

El cronopio lo mira un momento, y luego pregunta:

-¿Usted quién es?

El vigilante se queda duro, echa una ojeada a su uniforme como para convencerse de que no hay error.

-¿Cómo que quién soy? ¿No ve quién soy?

-Yo veo un uniforme de vigilante –explica el cronopio muy afligido-. Usted está dentro del uniforme pero el uniforme no me dice quién es usted.

El vigilante levanta la mano para pegarle, pero en la mano tiene la libreta y en la otra mano el lápiz, de manera que no le pega y se va adelante a copiar el número de la chapa. El cronopio está muy afligido y quisiera no haber chocado, porque ahora le seguirán haciendo preguntas y él no podrá contestarlas ya que no sabe quién se las hace y entre desconocidos uno no puede entenderse.

(1952)





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