domingo, 25 de febrero de 2007

EL LOBO















He visto por fin el rostro de la sombra. Me observa en silencio desde la oscuridad, acechante e inmóvil. Percibo su afilado perfil, sus ojos inyectados, lascivos, sedientos y ansiosos.






Antes, en repetidas ocasiones, su presencia provocaba despertarme y encontrar: sudor perlado en mi frente, en los pechos y, en la entrepierna palpitante, evocando algo que yo no podía descifrar. Sólo era para mí un sueño caótico y absurdo. Entre imágenes anacrónicas y sin curso, mis manos tocaban sudorosas mí rostro, mí sexo y mis nalgas. Una ventana caprichosa con cortinas entreabiertas, permanecía ahí, como testigo mudo de un placer que no atinaba relacionarse con nada ni con nadie. Por momentos, con mis manos me cubría de la luz impertinente de la ventana. Y sí, también percibía sin ver a la sombra, su presencia manifiesta sin espacio.






Hoy no logré despertar.






Veo más allá de mis manos.






Me veo completa:






De pie, en una sala con escasos muebles, estoy vestida de blanco. La tela sedosa pegada a mis muslos los dibuja y, también, grosera muestra dos pezones excitados.






Mí cabello suelto se mueve.








Hay un viento indeciso y perverso, que no logra disminuir ese calor que poco a poco impregna cada fibra de mi cuerpo. Un ramo de rosas dentro de un florero que está sobre la mesa, expide burlona su fragancia que entra de golpe por mí naríz. Y por primera vez la descubro. Logro ver el rostro de la sombra.






Acerca su calor al mío. Su aliento húmedo recorre con lentitud mi cuello. Al principio no me toca, pero la siento. Un roce fue suficiente y el delicado vestido se deslizó completo hasta el suelo. Su lengua suave recorre milímetro a milímetro mí columna vertebral y mis nalgas. Sus manos de fuego se posan en mis pechos. La humedad de mí sexo se revela ante su falo brilloso y erguido.






No hay prisa, el tiempo se esconde.






Me recuesta en su regazo. Toma el ramo de rosas, y con los pétalos, acaricia mí venus sudoroso y anhelante. Deja caer gotas de agua frías sobre mis pechos, las devora una por una, saboreando moroso la pasión que vierten.






Un calor solaz e intenso sube y baja en mi vientre, hay miel y mar, oleadas que se derivan por dedos ardientes, lengua agitada. Las ondulaciones se trasmiten placenteras, la sombra las siente con el sentido exacerbado.
Entra a la cava y ataca sin piedad y sin reposo. Nuestros vientres sudorosos están en contacto. Yo, en cada empeine, admito, percibo y exploto.






Su sangre de toro estallará de forma irremediable, pero él se esfuerza y la contiene. Pasea su llaga dura, de arriba hacia abajo, de izquierda a derecha y de adelante hacia atrás. Entonces la sombra, adherida a mi espalda, me mantiene penetrada. Formamos una sola imagen, un solo movimiento. Sus vigorosos brazos me envuelven, el placer se prolonga.






Su semen ardiente escurre acariciando mis piernas, lo deslizo con las manos por mi cuerpo. Contraigo mi pelvis con fuerza. De pronto, escucho el gemido de la sombra. Se trata de un lamento prolongado, que se trasforma en eco y poco a poco se aleja hasta desaparecer por completo.






En mí, inicia la tregua y el reposo.






Abro los ojos...








Me descubro sola en la sala de los espejos y los ecos, en el colmo de la soledad, con la inmensa sombra de su recuerdo.














FIRMA: Un ser de este mundo

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