lunes, 20 de julio de 2009

Invocando...






Mi amiga L es una mujer alegre y coqueta. Mi amiga K es inteligente, buena lectora y sensual. Ambas tienen más virtudes que deseo comentar. Mientras L se dirige hacia el extremo de la carcajada, mi querida K se enfrasca en el análisis. La pequeña L sostiene una conversación de horas sin proporcionarle a su interlocutor un respiro; mi intensa K también habla pero para ella misma. La inquieta L camina por el carril de lo conocido y cierra los ojos a todo lo que no lleve nombre o definición. A la gran K le gusta lo abstracto, lo surreal, lo sorprendente, lo que la hace volar.

Se las muestro de esta forma e imagino algunas conclusiones. En la imaginación de los hombres se va creando un boceto con cabeza y tronco. Ojos, labios y pelo. Piernas, cadera y cintura. Habrá quien diga que le gusta K porque es intelectual y apasionada; porque conoce y podrá platicar de libros, poesía y música. Otros tomarán de la mano a L sin ninguna duda, gritando que a la vida hay que sonreírle y caminarla por los jardines del color. Yo no he hablado de talla de sostén, de belleza de facciones. Los hombres imaginarán de acuerdo a lo que deseen. Por desgracia no hay combinaciones.

Platicaba de todo esto con Cornelio cuando de pronto, tocaron a la puerta. Era el vecino(sí). El colibrí revoloteo a su alrededor dándole la bienvenida. Fue a llevarme de vuelta algunas hojas de abedul con letras pintadas por mí. En el momento que lo saludé extendió las manos y me las ofreció.

-El ave las dejó en el balcón. ¿Tienen algún significado?

Lo invité a pasar al salón de lectura. Sentado en el sofá mullido donde yo leo, relajó la tensión. Su vista recorría curiosa los libreros y se detuvo sobre el brilloso contorno amarillo del caracol incompleto. Así le llamó yo a mi Saxofón: caracol.

-¿Alguna vez sientes la necesidad de escribir lo que has extraviado? –le dije y le sostuve la mirada.
-¿Para invocarlo? Mm, sí, sí lo hago.
-De eso se trata.
-¿Invocas a alguien?
-Tal vez se trata de alguien vestido de algo. Mi nombre es Ateh.
-El mío es Emilio. El colibrí, ¿tiene nombre?
-Cornelio.

Mientras tomábamos café ambos nos inspeccionamos. Cornelio parecía contento. Planeaba de un lado a otro. “Ahora comen galletas”, les decía a los peces. Entraba y salía del salón. El vecino(sí) por momentos torcía la mirada al intentar seguirle el vuelo.
-Yo me cansé de invocar –empezó a explicarme el vecino(sí)-. Lo que hago ahora es recrear. ¿Sabes? Invento historias. Y de esa forma vivo la mía. Pero a la manera más sofisticada o más triste, loca, intensa. La invocación no me atrajo hacia algún lugar seguro.
-¿Qué letras te llevó Cornelio?
-Muchas E ; algunas L; una O, tres F. No les encontré sentido.
-¿El color de la tiza con lo que estaban pintadas es igual?
-Amarillas.
-Jajajá, ¿en verdad?
-Vaya pues, me intrigas aún más.
-¿Alguna vez te pintaste de colores para ser localizado?
-No.
-Yo sería capaz de pintarme de amarillo para que me vieran. Pero de eso no se trata. No intento que me vean a mí, deseo recuperar lo que ya no veo a mí lado. Entonces lo escribo con letras blancas y amarillas y las dejo volar hasta que formen en algún lugar la palabra perdida.

Era tarde cuando Emilio, mi vecino(sí), regresó a su departamento. Platicamos varias horas. Toqué algunas melodías con mi caracol.
Cornelio y yo lo despedimos desde el zaguán. Una carroza de flores se escapo de un cuadro renacentista, paso frente a la casa pintada, regando pétalos por la calle.




K:


Escribí ilusión y femuchas veces.
Hoy llegaron las letras
caminaban con personalidad.
Me siento mejor, estoy tranquila
miré hacia atrás y estoy entera.
Te repito
estoy bien
atenta
entera.
Las margaritas ya no las arranco
las dejo crecer.
Llegó la fe
sin el fango.


A.





FIRMA: Un ser de este mundo.




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miércoles, 15 de julio de 2009

Definiéndome...


*

Ella entró puntual, luego solicitó salir para finiquitar un asunto importante para las dos. La miré salir como bólido. Hace algunos meses nos enfrascamos en la aventura de trabajar más horas con buena remuneración económica, entonces, desde ese día yo llego a la casa pintada más tarde de lo acostumbrado y Cornelio me lo reprocha de manera indirecta: no comiendo los turrones de azúcar que antes devoraba con alegría.

Mientras esperaba a Leticia, terminé de hacer el bosquejo animado (proyecto y escalonamiento de una bitácora). Ella ha resultado necesaria para el otro trabajo, yo, me acomodé de paso. No me refiero a aprovecharme de la situación y de la buena relación que ella tiene, me refiero a INTENTAR demostrarme que no me he convertido en lo que más temo: en una isla. Bien pude haber dicho que no. Pero acepté por dos grandes razones: el dinero y encerrarme en mis escritos. Ahí, en ese nuevo despacho, hay tiempo de sobra para escribir en solitario al mismo tiempo que se me remunera con plata.

Cada cuatro semanas, llevo a Cornelio a pasear con la familia. Se hizo amigo de Sofía, mi sobrina inteligente e introvertida. Es por eso que me llaman para que no falte a las reuniones de cada mes y, como requisito indispensable, se me indica llevar al colibrí. La última vez se me recriminó mi aislamiento. Aunque han descubierto que mi mirada brilla a diferencia de años previos. Sofía me dijo que ya no era la tía con ojos de lluvia. Aunque la inquietud los invadió cuando les dije que trabajaría por la tarde con Leticia en otro despacho.

-Debería alegrarme de que estés con ella. Cuando la conocí, tuve por un momento la ilusión de que te contagiarías de alegría, pero veo que no. Te has vuelto tan orgullosa –me recriminó mi madre.

¿Quién será más orgullosa, ella o yo? Pensé. Dos conciencias diferentes, enfrascadas en royos propios, respondiendo de forma similar: aislándonos, encerrándonos.
Mientras Leticia regresaba de negociar nuestro asunto, encontré algunos escritos antiguos. Intenté reconocer a la actual Ateh con las historias previas. Leí algo que escribí en mayo del 2007. Ahí estoy en toda mi esencia. Dando definición a lo que he saldado en la actualidad, pero también, reafirmándome en lo que me he convertido hoy en día.

Leticia por momentos se irrita con mis conceptos, con mis puntillosas definiciones y viceversa. Yo, por más que intento creer a su usanza, no se me da. Pero al final, terminamos siendo cómplices. Nos protegemos las espaldas. Nuestras diferencias se transforman en similitudes al momento de ponerlas en la mesa de discusión.

-Bueno Ateh, yo no dejaré mi natación y tú, no abandonarás tus clases de tango y saxofón ni tus momentos de escritura. Nos cuidaremos de las víboras. Cada mañana después de besarle el pico a Cornelio, te untas cantidades considerables de ajo en la nuca y sales a enfrentar las miradas jajajá.


Leo de nuevo esta historia…es la base de lo que soy en la actualidad…
Algunos ya la conocen, aún así los invito a revivirla.

Del calor del infierno y del misógino de closet


Hoy voy a hablar desde la ausencia, como si aún formara parte y complemento. Él ya no está, partió hacía el desconocimiento. Tal vez se molestaría si se enterara que utilice la palabra “desconocimiento” para describir hacia donde se fue (él, que aborrecía a los incultos y a los ordinarios).
Se fue a ese espacio, a la otredad, a lo irreal (?) que es la muerte. No tengo la menor idea del “cómo” murió. De eso no se trata esta narración.

Conocí el infierno en 1992, era mi segundo año de especialidad, y mi primer año de residencia en Cardiología. Llegaría el momento de mirar a “El Diablo” en persona. Asustada, escuchaba los vaticinios y mi corazón latía a mil. No me iba a amilanar, no es parte de mi personalidad. Cuando rotes por el infierno (así le llamaban al servicio de hemodinámia) y conozcas a “El Diablo”, sabrás lo que es amar a Dios -me decían-.

La primera vez que lo vi, estaba sentado en su oficina de jefe, vociferando maldiciones. Miré a un hombre delgado, limpio, con manos grandes, zapatos de charol pulcros, pantalones de pana cuadrada, camisa verde con un anacrónico moño amarillo y una chaqueta de pana sin una mínima armonía con el pantalón, su pelo era entrecano y exhibía un bigote mal cuidado. El ambiente que generaba a su alrededor era tenso.

Hablar de él desde su ausencia, provoca que pueda cometer el error de corregir, exagerar o errar con la palabra, y no mostrar de manera adecuada al personaje. Tómenlo como un defecto técnico, que el tiempo probablemente borrará.

“El Diablo” era un hombre -en ese año- de la sexta década de la vida, que había leído un número incontable de libros, hablaba más de dos idiomas, era aficionado a la música que él y muchas personas consideran “culta”. La gramática para él, era un enigma, le fascinaba el análisis. Sus pleitos y sus peroratas iniciaban por su grosera y burlona manera de corregir a los demás en la forma de hablar. Cuando hablábamos con él o en su presencia, nos disecaba. Los resultados obtenidos de esa disección los desplegaba en su laboratorio mental particular. Todas nuestras palabras eran sometidas sarcásticamente a esos rigores. Era un individuo obsesivo, didáctico, aplastante.

Nos ofrecía dos o tres veces por semana, unos sermones furiosos, compuestos de periodos complejos e interminables. Sermones en los que desplegaba los brazos como dos alas inmensas, creando silencios hipnóticos. Miraba lugares indefinidos. He olvidado los temas, pero no los ademanes, el acento trágico, la atmósfera de catástrofe que pretendía suscitar. Mi primer encuentro cara a cara con él no lo olvidaré. Se llevó a cabo el segundo día de mi rotación, además se sumarían varias situaciones en mi alocada osamenta.

El servicio de hemodinámia era en esos días un eslabón indefinido para mi. Aprender la física de los fluidos, entenderla, asimilarla y proyectarla en la Cardiología era mi reto en esos tres meses iniciales. Como residente de menor jerarquía y primera vez en ese servicio mis actividades eran: aprender hemodinamia en los libros, vigilar la computadora de presiones intra-cardiacas, tomar presiones intra-cardiacas, vigilar el electrocardiograma del paciente. Si detectaba alguna alteración: avisar de inmediato y ayudar en caso de alguna complicación. De acuerdo a mi avance académico, iniciativa, el estado de ánimo o deseos de enseñanza de los médicos adscritos, podía dejar el teclado de la computadora de presiones y ser la ayudante del que realizaba el estudio hemodinámico.

Ahí estaba yo, asustada, con los ojos completamente abiertos, hecha pelotas con el teclado de la computadora (como testigo), con los médicos gritándome: “dame cero” y la idiota de mi no acertaba como darles el mentado "cero". “El Diablo” entra en escena, colocándose a mi derecha, pica una tecla, grita: “cero”, pica otra tecla, toma presión, pica otra tecla, toma trazo de presión intra-cavitaria; grita: “ya está el VI, dame aorta”; dice: “cero”, toma presión, toma trazo intra-cavitario. Yo, intercalaba una mirada hacia él, una mirada al teclado, intentando grabar en mi cabeza todo el procedimiento. De pronto, con actitud retadora me grita: ¡¿Qué me ve?! No lo pensé, no medí las consecuencias, no lo ensayé, nada, sólo me salió así de pronto la respuesta: ¡Que le importa!

Se hizo un silencio raro. La sangre calentó mis orejas. Algo me dijo al oído que le sostuviera la mirada, que lo retara con mis inmensos ojotes, y así lo hice. Simplemente sonrío un poco para sí mismo, como si mi respuesta lo hubiera herido. Todos los demás resoplaron para dejar salir la tensión del momento, después, sonrieron. Él me dio la espalda y salió de la sala.

Después de ese día, por lo menos a mí nunca me asustó. Siempre creí que polemizaba para trasportarse, salirse de este mundo que lo tenía cansado. Como el Quijote, peleando con los molinos, él nos convertía a nosotros en personajes raros y, furioso, sacaba su espada para pelear con ese mundo con el cual estaba en conflicto continuo. Inclusive, sospeché, que su familia cercana (que no conocí), lo utilizaba como una especie de espanta-pájaros sagrado.

Pocos éramos dignos de un trato amable o por lo menos de su no indiferencia. Yo no me sentía especial, importante o diferente cuando platicaba, bromeaba o me saludaba. Nunca profundicé con él acerca de un libro, de una preferencia musical, no hablé en latín, en griego, en inglés, francés, etc. No tengo la menor idea porque fue condescendiente conmigo.

Hace algunas semanas lo recordé. En ese año 1992, cuando lo conocí, se llevo a cabo una corta conversación entre él y yo, una plática de un contenido raro para mí en esa época. Estaba yo sentada haciendo cálculos, con un cerro inmenso de cines-angios que reportar. Era tarde, mis compañeros ya se habían retirado. El día siguiente sería: martes de sesión médico-quirúrgica; era necesario terminar los reportes. Él entró y se sentó a mi lado:

· D: ¿Qué intenta hacer tan tarde?
· M: Tengo muchos reportes pendientes.
· D: No logrará la atención de los medicuchos cuando usted presente los casos.
· M: Lo tengo que hacer de todas formas.
· D: Mm... ¿No se cansa de mirar las mismas caras, de obtener las mismas respuestas? Todo es igual, nada ni nadie me resulta diferente en todos estos años.
· M: ¿Usted ha cambiado? ¿Ha intentado ser diferente?
. D: No me senté aquí para ser cuestionado. La miro y me resulta tan familiar. Usted debió ser hombre en lugar de ser mujer.
· M: Ya salió el peine. Lo bueno de usted es que no oculta ser misógino.
· D: Lo bueno es que usted descubrirá que todo se rige por la misma regla. Lo bueno de usted es que aprenderá a vivir día a día, que a todo le dará su lugar. Algún día entenderá que la fe y la esperanza son un estorbo. Poniéndose en pie finalizó diciendo: “Yo cierro en cuanto usted termine sus reportes”.

Creo que ese día lo miré realmente por un instante. Miré a ese ser solitario, de caparazón duro, que leía a solas sus libros. Quién sabe en que momento perdió la capacidad de asombro, olvidó que los libros no sólo son necesarios: para que seamos más cultos, para que descollemos entre nuestros semejantes, para conquistar, engañar y embelesar oídos; sino justamente para cambiar. Como en el amor, lo importante sería NO la acumulación de mujeres u hombres, sino la transformación, la sensación del vértigo. Sartre dijo: “Hay hombres que nunca han sentido la necesidad de ser otros. La lectura es un acto de transformación”.

Tal vez “El Diablo” miró en mi a la solitaria que se sienta a ver detenidamente el panorama, a ver este mundo etiquetado o no etiquetado. Y desde ese año que lo conocí, aún no sé por qué, inicié una lucha constante contra la amargura. Ha habido veces que no le encuentro sentido el seguir adelante. Pero sigo adelante. Me he quedado en el camino todo el tiempo. Y sí, he descubierto que todo se rige por la misma regla: la iglesia, la política, los negocios, el matrimonio, la relación de pareja; en todos existe: la mentira, la deshonestidad, la guerra del poder, la desventaja del débil, etc. He recibido de manera indirecta una herencia de él. Esa única herencia quizás sea esta intolerancia mía, la convicción de que su constante rectitud en el habla, excluye el humor. La acidez, impide las sorpresas. Por lo menos a mí las personas intolerantes, que son inteligentes, que se creen únicas, que creen tener toda la verdad y, que los vence el cinismo, (el cínico en mi opinión es alguien que cree que nada tiene valor, no tienen respeto por la gente, los signos y los sentimientos, tomando las cosas y los cuerpos, porque creen que es su derecho. Un escéptico cree por lo menos que el mismo tiene valor, teniendo el suficiente sentido para no convertirse en un cínico) me hacen levantar la voz, esto permite en un instante cambiar el tono de la plática, voltear la medalla, quitar la pacotilla y el azúcar, lanzar un balde de agua helada. Otra herencia, es mi rebeldía y protesta contra las explicaciones excesivas. Sin embargo mi verdadera golosina es la pregunta a un rasgo íntimo, a la mínima duda, nunca me quedo con el signo de interrogación, cargo siempre con el riesgo constante de ser catalogada de tonta e ignorante por preguntona.

Me gusta el universo donde haya personalidades mayores, lejanas, intratables. Aquellos que reconozco como maestros y jueces. Nostalgias filiales, deshechos religiosos, imaginería romántica o sicología de discípulo. Frente a los cuchicheos y las altanerías prefiero mis reverencias.

Unos años después, yo ya era médico adscrito, acudí a hemodinámia a presentar un paciente. Al llegar a la oficina de él, salía una pareja de esposos ambos médicos. Seguro ella le habló de pintura, de música clásica. Practicó su inglés o su latín y, el esposo, discutió algún libro raro, profundizó sus conceptos acerca de la muerte. Cuando ya no estaban a la vista de él, puso mala cara y dijo:

· D: ¡¡¡Que farsa!!!
· M: Oiga Doc. no sea injusto, para mí el esposo es auténtico.
· D: ¡¡Lobos vestidos de ovejas!! aprenda a detectarlos. El misoginismo escondido.

Al misoginismo escondido en esta época yo lo he dado otro nombre. Las personalidades masculinas que no se ven bien atacando al género femenino, que en su cabeza de forma oculta, existe la seguridad de que la mujer es inferior, pero no es prudente decirlo, no es adecuado manifestarlo; son encantadores porque es necesario serlo, hablar de manera inteligente para lograr el objetivo; porque la mujer está allí para darle placer, únicamente para eso fueron creadas, no hay que espantarlas, la acción y la realidad las colocará en su lugar. Éste es el “Misógino de closet”.

Puedo decir que no sé cuál es el misterio que nos hace o que nos rompe. Sólo seré yo. Seguiré sin hacerle daño a la gente. Intentaré no juzgar demasiado. Cumpliré con mi palabra. Pagaré todo lo que debo. No seré adorable, intentaré ser amable con la mayoría de la gente menos con los estúpidos. Exigiré siempre el peso completo de lo que pago. No culparé a un ser superior por lo que me pasa. Pienso que no es Dios, Jesús, Ala, Jehová, Buda, etc., quien da o arrebata, quien engaña o miente, es la gente y las condiciones. Quizá haya una probabilidad de que exista un Dios personalmente interesado en mí, y una buena probabilidad de que no exista. Amo y amaré a mi país, estaré siempre en contra de morir por una bandera, la que fuere. Seguiré gozando de mi cuerpo, he descubierto que el sexo no tiene nada de romántico, es real, es una exigencia de liberación, y el sexo y el amor en ocasiones pueden trabajar en grupo. Si no dejo de despertar cada mañana, podré seguir viviendo. Eso de la fe y la esperanza, poco a poco lo he ido entendiendo, es probable que llegué a estar de acuerdo con él algún día. Las palabras hipnotizan y más si son pronunciadas para ese objetivo, no hay que creer por completo en ellas, no permitiré que me despeguen del piso. Muchos de los problemas suceden porque queremos pensar que la sociedad y la naturaleza son lo mismo. La felicidad eterna no existe. Hay que llevar el amor a cuestas, no el amor a fuerzas.

Les dejo este pequeño poema, llegó a mis manos en mis viajes por el metro (mi tranvía) durante los días de preparatoriana.



¡¡¡¡ASÓMATE!!!!!


“¿Quién te extrañaba
cuando estabas afuera del espejo?
¿Quién te extrañará
cuando vuelvas a estarlo?
El espejo está siempre completo,
aunque no refleje nada.
Sin embargo
en su centro hay un llamado”

*

FIRMA: Un ser de este mundo






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