domingo, 21 de junio de 2009

Echando a perder se aprende...






Foto cargada por Everything and the rest

*


Decides comer en casa. Sales por la mañana antes de que el sol te reviente la paciencia a costa de sudores. Compras cervezas, latas con mariscos, galletas saladas y café en grano. A tu regreso, encuentras a la vecina abriendo el portón de la casa pintada. Abraza algunos alcatraces. Te mira y sonríe. La sorpresa te toma desprevenido, no reaccionas, ella entra a su casa y cierra el zaguán.


Se trata de un domingo como muchos que has planeado: oír música, leer e intentar escribir. Antes, abrirás como siempre tu correo electrónico.


Emilio:


Qué onda K, te estás convirtiendo en un divo. ¿Pasó algo de lo que no me enteré el viernes? Cuando regresé del baño ya no estabas en la mesa. Le pregunté a Sandra por ti, sólo movió los hombros y arrugó la boca. Te aíslas, eso no te ayudará en nada. No hubo oportunidad para que tú y yo platicáramos. Te agradezco que compartieras un momento en mi festejo.


Tengo curiosidad acerca de tu vecina. Habrá que vernos con un pomo como mediador, de esa forma salen mejor las ideas y los consejos. Sé que eres un tipo complicado por lo tanto necesitas mi conocimiento.


Ya conseguí los libros. Los cuentos de García Ponce me han gustado mucho. Oye, por cierto, leí el correo donde mencionas las cualidades que se deben poseer o tratar de adquirir si se desea ser escritor de ficción. Yo por lo menos, no creo tener paciencia y autodisciplina. Alguien me envió un correo puntilloso, estoy convencido de que los parnasos dañan a los sordos de ideas y a los ciegos de crítica. Te lo dejo. Estoy seguro que tomarás en cuenta cada sugerencia.





"El escritor joven se equivoca"





El joven escritor se equivoca cuando:


1. Sucumbe al deseo de publicar el primer libro a como dé lugar. La mayoría de las veces el arrepentimiento llega pronto.


2. Cree que todo lo que escribe es bueno. El complejo de Neruda. Sólo se llega a escribir bien a fuerza de escribir mal. A no ser que se sea un genio, claro.


3. No escribe lo suficiente. La inspiración es la madre de todos los vicios. La literatura como todo oficio requiere de disciplina y dedicación.


4. Forma un grupo de escritores jóvenes para aplaudirse entre ellos. La lista de ejemplos es larga y triste. Los nombres aparecen como luces de neón en las paredes de un bar de cuarta.


5. Carga su prosa de referentes y citas haciendo alarde fútil de conocimiento. Pocos son los que sobreviven por ese camino.


6. No hace de la escritura un oficio si no una manera de hacerse conocido. El complejo de los cinco minutos de gloria. En este caso sería mejor dedicarse a otra cosa.


7. Publica más de la cuenta. Cree que la literatura es un viaje en tren bala, y no, un largo y duro periplo en un bote de remos individual.


8. Ataca a todo aquél que no diga que es bueno. Si se quiere gustarle a todo el mundo es mejor convertirse en reina de belleza.


9. Se inventa un alter ego para hablar bien de él y sus amigos. Cuando Pessoa se convierte en Pezuña. Patético.


10. Se queja de la existencia de una argolla y no se le ocurre mejor cosa que crear otra. El complejo del baile de los que sobran. Esto es peor que escupir al cielo.


11. Cree en el escándalo como una herramienta para difundir su trabajo. El complejo del talk show. Pone trampitas, cámaras escondidas, anzuelitos con suculentas carnadas para después decir: ¡Jojolete, caíste, lerolero!


12. Convierte la universidad en la que estudió en una carta de presentación. Cree que solo no puede cuando es realmente la única forma en la que se puede. Todas las maestrías y los doctorados de mundo no harán jamás a un escritor.


13. Ejerce gratuitamente el parricidio. A falta de recursos, cree que la única forma de superar al maestro es eliminándolo. Triste.


14. No escribe de lo que sabe y conoce. No se da cuenta de que esa es la mejor forma de empezar a escribir.


15. Cree que el dominio de las técnicas son garantía absoluta de buena escritura. Por ese camino se llega a ser un fabricante de historias sin corazón, sin nervio.


16. Reemplaza la experiencia de vida por la experiencia libresca. De nada sirve la una sin la otra.


17. No entiende que los libros no se escriben en la vorágine si no a un lado de ella. Un escritor no es un actor, es un fantasma entre bambalinas.


18. Permite que el ego mate al escritor. Tiene más fotos suyas en su archivo que páginas escritas.


19. Considera que la humildad es un signo claro de debilidad.




Antes que me olvide… ¡Deja de leer correos y ponte a escribir! ¡K guevón! Jajajá…



Pablo.




*“La tragedia de un hombre condenado a ser una criatura incatalogable y, por tanto, extraña a la fenomenología del tiempo en que vive, se mide además por la crueldad involuntaria de quien le atribuye un personaje que no es el suyo y, en consecuencia, lo gratifica con consejos, críticas, admoniciones y preguntas apremiantes que lo hacen sufrir. Quien lo mira, en efecto, ni siquiera sospecha su verdadera naturaleza, y lo ve a través de los anteojos de fórmulas homologas: los clisés que por conveniencia, mala fe o pereza se usaron para hacer su retrato […]

La tragedia de un hombre condenado a estar solo porque resulta incómodo a todos y no sirve a nadie, se mide por el desierto que debe afrontar cuando sale de su ambiente natural, la política vista como sueño y entra en el para él antinatural de la política entendida como profesión o secta religiosa.”




Cierras el libro. El colibrí te visita de nuevo. Le abrirás el balcón para volar a través de la fantasía.



* Un hombre, Oriana Fallaci.


FIRMA: Un ser de este mundo.



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sábado, 13 de junio de 2009

Entre semejanzas, olores y sabores...





Como diría Borges. “Siempre uno acaba por asemejarse a sus enemigos”. Siendo exacta, ella no es mi enemiga, sólo mi antagonista. Habla sin parar, por momentos es repetitiva. No sé si es protagonismo, pero siempre tiene que otorgar –aunque nadie se lo pida-, su punto de vista.

-¡Que tráfico! -es la primera frase que ella lanza en la oficina, después de cruzar el umbral de la puerta de entrada. Sorbiendo a través de un popote el jugo de naranja, se dirige hacia su escritorio-. ¿Qué? ¿Para cuándo se decidirán a quitar esa cara de panteón? Los problemas se solucionan exterminando al culpable, y como eso no es posible, jajajá-. Entonces, enciende la computadora y se dedica a teclear.

Canta toda la jornada de trabajo, por momentos en susurros y, cuando la ocasión lo amerita, a viva voz. Los mensajeros en su mayoría la conocen. El personal de intendencia le lleva siempre alguna golosina o latas de refresco.

-Tendré que deshacerme de la evidencia que eres tú -le dejó caer de golpe un día a Roberto, señalándolo con el índice, cuando por casualidad él la sorprendió sacándose un moco con estilo singular: un pasador de pelo jalaba una mucosidad impresionante de una de sus fosas nasales, formándose un listón largo que incluso a ella, le sorprendió-. Mi reputación está en tus manos, Roberto. ¿Cuánto vale tu silencio? Jajajá.

Ella y yo, somos las únicas mujeres en medio de dieciocho hombres, sin incluir al Jefe y al supervisor de distribución. Mientras ella es sonido, yo soy silencio. “Que linda blusa traes hoy Ateh. El color te sienta bien”, “Ese vestido hace lucir tu escote ¡padrísimo!”. Mi escaso guardarropa ya ha sido calificado por ella.

Hemos coincidido en los sanitarios, “Eres Ateh ¿verdad?, lo sé por los zapatos” me dice desde al baño contiguo al que yo estoy, mientras fumo y deshecho. “¿Te enteraste que Roberto se negó a iniciar el diseño para la publicidad? Ahí me tienes a mí de idiota, la noche entera sin dormir, combinando movimiento, color, iluminación, textura. Bueno, la cosa es que ya tenía casi completo el proyecto y que se me jode la computadora, entonces, que le llamo a …” Salí casi corriendo con ella detrás y por supuesto, sin dejar de narrarme su aventura. “Ateh, Mmmm, ¿Y ese nombre, de dónde se lo inventaron tus padres, tú…?”

-Sabes, Ateh, me fascina el olor a mujer que percibo todos los días, aquí, en el despacho -me confesó en una ocasión Roberto. También intentó explicarme que, aunque éramos dos mujeres en medio de tanto hombre, nuestro “humor” predominaba en el ambiente. Con conceptos desconocidos para mí, concluyó que lográbamos -ella y yo-, cierto equilibrio en esa oficina. Que ella inducía reacciones equivalentes a subirse a la montaña rusa pero yo me encargaba de estabilizar el momento, sin dejarlos caer en picada.

-Mira, Ateh, Leticia, es como llevarte a la boca un trozo de ternera, el sabor se impregna de golpe, lo masticas y casi al instante se deshace y, antes que eso suceda, tú, como un Merlot Trentino Italiano, intenso, agradablemente herbáceo, seco, un poco tánico y con cierta complejidad, tomas el mando; y de esa forma nos adormecen entre burbujas fermentadas.

-Jajajá, no manches Ateh, en pocas palabras los ponemos bien pedos con nuestra presencia -concluyó categórica Leticia cuando se lo conté. Yo había definido algo semejante, pero se lo achaqué a nuestros perfumes.

Al final, las dos nos burlamos de nuestro compañero de trabajo y además, desde ese día, aprovechamos nuestra ventaja.
Que parecidas somos, ¿verdad?


FIRMA: Un ser de este mundo






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sábado, 6 de junio de 2009

Escritura automática de Ateh...






Es inevitable no hablar de ti. Estoy segura de que, cuando por fin lo deje de hacer, la piel se me abrirá y encontraré tu savia a través de mis cansadas articulaciones; entonces, no tendré otro remedio que volver a hablar de ti.
Ese día en Tepoztlan: te miré en los ojos del hombre que leía en un balcón, en las piernas anchas del turista que tomaba fotos del templo, en el pecho florido del trovador romántico que interpretaba cantos y, que de pronto, miró mi pelo y tocó con sus notas mi corazón.

¿Cuándo carajos dejaste caer la lucha, permitiendo que fuera remplazada por la resignación? Tal vez fue el día en que soñamos despiertos y, desafiando al destino, hicimos una canción sin acordes ni sonidos. Las dudas y los miedos se enterraron. Entonces, bajó el demonio, me jaló del pelo y, llevándome a tropezones, me plantó en el jardín de la mentira. Desde ese lugar regó líquidos rojos en los asientos movedizos del amor. Mis piernas caminaron resignadas por un lado del abismo. A punto de caer, te miré en el fondo. Cantabas y tu música no encendió en ningún momento la flama azul del sueño. ¿En qué lugar de la acera dejaste de buscarme? ¿Por cuál sitio quedaría el bien y el mal que nos metimos por el culo? Porque ahí, en ese lugar, es donde se juega la vida, la cordura, la dignidad, el buen nombre, el respeto y… qué ironía, también el amor.



Entraste miles de veces en mí, sembrando tu esencia. ¿Dónde más te habrás metido con tu zumo enloquecedor?






FIRMA: Un ser de este mundo.

Foto de The Scholar






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