-¡Ay Ateh! Sólo a ti te pasan esas cosas –le dijo Karina. Sobre la mesa de centro de la sala, Cornelio fingía dormir, haciendo equilibrios de izquierda a derecha y de atrás para adelante; moviéndose similar a un patito de plástico chillador.
-Todo podría esperar menos que yo fuera la receptora de sus palabras y confidencias. Es penoso descubrir lo desperdiciados que somos los seres humanos. Echando a perder nuestras vidas. Estoy desconcertada.
-Yo preocupada –le contesta Karina, llevándose la mano a la frente y poniendo los ojos en blanco.
-Y tú, ¿por qué?
-¿Se te hace poco preocupante ir a chutarte por lo menos tres horas de música desconocida? Merezco el cielo por solidaria. ¿Va a ser en el Auditorio Nacional?
-No Karina, es un lugar donde caben por lo menos tres veces el número de personas que llenan el Auditorio. Será en el Foro Sol. Y al cielo no te vas a ir por ¡pécora! Jajajaja. Yo también he sido solidaria contigo cuando te acompañé a escuchar un borrego cantar, ¿recuerdas? No fue nada agradable.
-Mmm, será mi primer concierto ahí. Y ya veré quién tiene más garra de aguante ¿eh? Tengo que escuchar a ese Peter Gabriel.
-¡Vayamos jubilosas pues, se hace tarde!
¡Vaya cosa! Aquí hay chelas, cielo abierto y fumadores de cigarro a montones. Camino por un lado de Ateh que aún me platica acerca de lo que le paso por la tarde. Filas de hombres y mujeres recorremos la distancia marcada entre la expectativa y el espectáculo. Ese lugar dejará de ser un campo de béisbol para convertirse en un escenario musical. Observo a miles descargando emoción, incluida mi pequeña amiga. Edades variables, incluso niños de la mano de sus padres. Imaginé encontrar púbertos granosos y desfachatados, de greñas alisadas hacia arriba con pegamento resistente. Ateh me descubre en mi silenciosa contemplación. “No te esperabas esto ¿verdad?” me dice la mondriga. Tengo que aceptar que me desconcertó. De pronto, alguien nos sopla a todos con aliento gélido y en ráfagas. Algunos hombres adivinaron el clima y les envidio sus bufandas y gorros. Después de una larga caminata y de subir escalinatas de acero, Ateh y yo llegamos a nuestros asientos. El escenario desde nuestra posición de palco se muestra a la izquierda y diminuto. El palco frete a nosotros y el nuestro se llenarían en minutos. Abajo, en los lugares de silla y exclusivos, la gente inquieta se pone de pie para acudir al bar. A nosotras, los vendedores gritones nos salvaron de andar bajando y subiendo para abastecernos de chelas y papas. Después de los lugares de silla, hay una valla de policías que resguardan un amplio lugar, donde se acomodan la mayoría de la gente y que,a diferencia de nosotras, estarían de pie. No hubo lleno total. Abastecidas de bebidas y alimento, y con las mejillas templadas, inició una noche más para la memoria de dos amigas que cargan historias similares y algunos gustos musicales diferentes.
Una banda escocesa abrió el concierto interpretando su repertorio durante la primera hora. Ateh no recordaba el nombre de la misma, aunque reconoció y cantó algunas canciones. Luego sabríamos que se trato del grupo Travis, a quienes el sonido no les favoreció.
Ateh me explica el tipo de rock que escucharé cuando aparezca Peter Gabriel. Aunque no entiendo nada acerca de rock progresivo, un rock acústico me menciona mi amiga. Por fin, unos minutos después de las 22:00 hrs aparece en escena el esperado artista. Antes de cada canción daba una breve introducción en español.
Terminó el concierto a la una y cuarto de la madrugada del día 28 de marzo. Juntas regresamos a la casa pintada. Cornelio no nos esperaba en el abedul como es su costumbre. No lo vi por la mañana cuando me despedí de Ateh.
¡Caray! No sé en qué mundo vivo. Nunca antes había escuchado a Peter Gabriel. Pero eso sí, todo aquel que me pregunte acerca de ¿cómo me fue?, le contestaré que me sabía todas las rolas desde el primer tamborazo, ¡eso que ni que!… Por cierto, estoy segura que al día siguiente del evento los ortopedistas tuvieron mucha consulta, por las torceduras de cuello de muchos -incluida Ateh- que se la pasaron moviendo el pescuezo como guajolotes de atrás para adelante.
Mientras saborea un turón de azúcar, Cornelio les platica a los peces que ahora el pasado le llama por teléfono a Ateh. Primero fue en carta y ahora por teléfono. La memoria es el cuerpo del recuerdo- les dice. A ese cuerpo Ateh le recetó aspirinas y relajantes musculares. El dolor y la tensión desaparecieron y ahora la memoria está limpia y perfumada. Los sueños la atormentan por momentos, pero Dorotea la ha dicho qué hacer para empezar a disfrutarlos –los peces escuchan atentos a Cornelio.
Antes de que Ateh y Karina regresen, Cornelio decide ir a visitar al vecino(sí) .
FIRMA: Un ser de este mundo
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