domingo, 23 de agosto de 2009

Los libros y nosotros...






La casa pintada con tiza y té.

En un día caluroso de agosto, 2009


Querida Dorotea:

Hay bochorno. El vapor esperaba un momento para salir y conglomerar la humedad. Las hojas del abedul se adhieren con facilidad a mi piel. Por eso aproveché para disfrazarme de árbol y asustar al pobre Cornelio. Después me arrepentí, hubo necesidad de derretir su terrón de azúcar en té de tila. En este momento mi miedoso colibrí duerme hecho bolita en el cajón de la cómoda, donde guardo mis calcetines. Es de nervios débiles, tendré más precaución con él, aunque es de los pocos que toleran mis locuras.

Existe algo que he rehusado contarte. Hace unos días, cuando caminaba en dirección a la cafetería, empezó a llover y me percaté del color de la tierra del parque. Tú sabes cómo disfruto mirar la lluvia en ese lugar. Con mi gabardina hecha de silencio y mi sombrilla, puedo pasar horas de pie, escuchando el diálogo intermitente que nos brinda la naturaleza. Miraba la lluvia deslizarse sobre los cuellos retorcidos de los árboles y, de pronto, gotas gruesas de agua cayeron al piso, dejando huecos. La tierra convertida en lodo, salpicó mis zapatillas; contenta me senté en una de las bancas, no me importó mojarme la ropa; subí los pies y embarré el lodo hasta cubrir por completo cada zapato. Es maravilloso el color de la tierra. Mucho tiempo miré hacia abajo sin permitirme las sorpresas, después, recuperé la voluntad de subir y bajar la cabeza. Ese día en el parque, creo, recuperé la introspección.

Pero de lo que en realidad deseo hablarte es de lo siguiente: pintaba de tierra mis zapatos y sentí que alguien me veía. No volteé hacia el lugar desde donde percibí el calor de mirada; continué con el juego hasta que Emilio, mi vecino, se animó y se sentó a mi lado. Terminamos ambos embarrados de lodo y sonriendo como bobos.

Llegamos a la casa pintada, le presté una camiseta de las que uso para dormir y puse a trabajar la cafetera. Él me esperaba sentado en el sillón derecho del estudio, se había quitado los zapatos; mis libreros lo miraban de frente. Llegué con la mesa de té, Emilio abrió el ventanal izquierdo, las margaritas se asomaron curiosas; la lluvia les aplanaba el peinado pero el viento se los corregía. Ponía la azucarera y las cucharas sobre la mesita, cuando, de pronto, el vecino me dijo sin tapujos: “Quiero conocerte”.

Dorotea, ¿por qué algunas personas creen que el sólo hecho de desear, acarrea la disposición de la otra persona para brindar? Imagino a la gente dispuesta a soltar su letanía: “soy así”, “me enoja esto”, “me encanta aquello”, “he tenido nueve amantes”, “las películas de terror me hacen reír”, “soy celosa”. A lo mejor intuyes mi reacción querida amiga, aún así te cuento: después de su pregunta, de inmediato corrí hacia mi habitación y saqué del armario uno de mis disfraces, me lo vestí, luego, acomodé en mechones mis ideas. Por fin bajé a preparar los expresos que corté con un poco de leche. Le di su café y me senté en el sillón izquierdo con las rodillas dobladas hacia el pecho y acunando con ambas manos la taza; mis libros permanecieron atentos.
Me sorprendió de nuevo con lo siguiente:

-¿Cuáles son tus sueños Ateh? ¿Cuál es el color con el que se pintan tus ideas? -De inmediato me erguí y saqué la espada, “es más peligroso de lo que sospeché”, pensé. Le sonreí. Emilio se acomodó en el sofá dispuesto a conocerme. -Me gusta oír historias –mencionó. Sus ojos se abrieron para permitir la entrada de mis palabras.

-Puedo mentir y no lo sabrías –me ajusté la máscara-. A lo mejor digo lo que deseas escuchar –dije burlona.

Dejó la taza en la mesilla y se levantó; fue hacia el librero y observó en silencio. Mis libros se mostraban encantados por la calidez de su mirada. Apenas, rozando, sus dedos seguían el trayecto de cada lomo, cerraba los ojos, respiraba hondo.

Por un momento imaginé que no eran los tomos los que recorrían sus manos, sino el surco de mi columna, hasta llegar al límite de mi cordura.

Mientras Emilio sentía mis ejemplares yo aproveché su distracción para admirar su espalda y sus nalgas. Me sonrojé, el cosquilleo se diseminó en mi piel, provocado por el ojo y la imaginación. Para tranquilizarme me entretuve buscando a Cornelio.

-¡Tus libros! –soltó de pronto. Dejé de rastrear a Cornelio y nerviosa sorbí un poco de café. Intenté mostrarme indiferente.

-Ellos me dirán si mientes. Son el espejo del alma de su dueño –remató.

Cornelio no apareció esa noche. Después lo oí contarles a los peces: “no quise hacer mal tercio y además se sentía y escuchaba mucho calor ahí abajo”.

Dorotea, amiga, hay más que contarte. Lo haré después, Emilio no tarda en llegar.

Besos para ti.


Ateh.


FIRMA: Un ser de este mundo





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jueves, 6 de agosto de 2009

Fragmenta y aligera la carga...







El movimiento de la boca es fundamental para obtener un resultado óptimo. Desplazo con rapidez y a un solo tiempo la lengua, aprieto los labios para adherirme a su extremo. Relajo el cuerpo, mis manos lo sostienen firmes y al mismo tiempo con delicada precisión; de pronto, impulso el aire a través de la boquilla, entonces, la caña vibra y obtengo un “DO” arrastrado y profundo. El “RE”, que me encanta, es ronco como la voz de su recuerdo.
Mis dedos aprenden con facilidad a obturar y permitir el paso del aire a través del caracol. El peso del saxofón los primeros días resultaba complicado para mí cuello, en este momento es liviano. Aprendí a reconocer el idioma de las notas, las plicas ya sea hacia arriba o hacia abajo en el pentagrama, me obligan a pensar con rapidez, agudizan mi capacidad de conexión mente-dedos. Los tiempos se vuelven cómplices del ritmo. Un 4/4 impone concentración para obtener un sonido uniforme y prolongado.

Pactico dos veces a la semana y Cornelio me oye mientras come un terrón de azúcar. Revolotea por el estudio cuando le gusta mi ejercicio. Hoy volvió Emilio, el vecino(sí). Me agrada su boca y el brillo de sus ojos, lo que no, es la melancolía, la cual se le sale por el dobladillo del pantalón. Le dije que no hay que coserse el dolor en la ropa. De inmediato recogió del piso algunos clavos.
-No te claves con lo mismo –le reclamé.
-¿Tú, no lo recuerdas? -me retó.
-¡Claro! Pero ya no lo cargo. Lo guardé desde hace algunos meses en las teclas del ordenador. En ese lugar es más útil -incliné la cabeza hacia la izquierda para observar mejor su reacción a mis palabras.
-Ella también está en mi ordenador –comentó con tristeza.
-Que la mate el asesino. Que se case con el peor político. Que pierda los cinco sentidos y enloquezca de sentido común. Que la amen muchos hombres y ella no aprenda a amar a ninguno. Que se sienta vacía. Que prostituya su tiempo y done su cuerpo al más terrorífico anfiteatro. Que no den crédito a su palabra y le regalen mentiras. Que se le amargue la lengua y se le endulce la nuca. Que te ame en secreto y lo divulgue la prensa -mientras le daba el consejo, Cornelio se colocó en mi hombro derecho, dándome la razón.
-Jajajá. ¿Todo eso le hiciste a ese hombre? -contestó. Luego, llamó al colibrí con la palma izquierda hacia arriba; Cornelio no dudo y se dejó acariciar.
-No existe algo que se compare al placer de sentirse por un momento en ventaja. De ser tú quien manipule los hilos de esos títeres imaginarios. Razonar cada gesto, borrarlo si te desagrada. Levantar la medalla de triunfo -cuando le decía esto, recordé por un instante el montón de pestañas que perdí en los laberintos del insomnio.
-Los personajes de un relato cobran vida, ellos me enseñan el camino –me contradijo burlón.
-Lo que te corresponde a ti entonces, es crear el ambiente óptimo o complicar la ruta. Juega con ellos, instala trampas. En la medida que los muevas en medio del escenario, te enfrentarás con tus demonios. Cuando menos te des cuenta, ella estará ya sea en los ojos, o en el pelo, o en la voz, o en los gustos, de alguno de tus protagonistas. Ya no será … ¿Cuál es su nombre? - antes que me contestara, caminé con una tiza verde en la mano hacia el pizarrón donde practico mis notas-. Dime su nombre para anotarlo en la pizarra de ideas -lo apresuré.
-Isabel -dijo en tono apenas audible.
-Isabel; serán los ojos de Isabel o sus labios, o su pelo, o ...
-Ya no será totalidad sino fragmentos –me interrumpió en voz baja.


Antes de ir a dormir, Cornelio y yo, miramos por la ventana del estudio el jardín de margaritas. El abedul, ayudado por el viento, les cantaba una canción de cuna. Se durmieron complacidas.


ACTUALIZACIÓN:


LUMPENPO ME INDICÓ SUGERENCIAS Y PUNTUALIZÓ ALGUNOS ERRORES. GRACIAS, SEGUÍ EL CONSEJO. ¿QUÉ TAL QUEDO MI AMIGO?



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