jueves, 18 de julio de 2013

Gusto olfativo con notas de salida, notas de corazón y notas de fondo...






Conocerse a sí mismo requiere tiempo. Hoy en día sé quién soy. En algunos aspectos no me enorgullezco de lo que veo. He realizado un esfuerzo galante para sortear los efectos secundarios por decisiones mal tomadas. Tengo cicatrices, secuelas que me joden cuando menos deberían de hacerlo: se transformaron en mecanismos de defensa. Cuando mis receptores detectan peligro, me sale, quién sabe de qué intrincado lugar, una cabrona sensación de inquietud. Me dan palpitaciones, florece la inseguridad, esa hija de puta que viene cargada de cuestionamientos pendejos que terminan dejándome en un estado de ánimo de los mil demonios.

Soy un molde que se ha formado durante años; terminado, ahora vagabundeo por todos lados, siendo yo, esa pieza única (como lo son todos ustedes) que gusta y disfruta diferentes cosas: vestidos de gasa confortables; mezclillas delgadas, desgastadas; blusas frescas, holgadas, de colores vivos, alegres; sandalias, tacones, botas, tenis, zapatos de descanso. Cuando se trata de tirar la flojera, no lo dudo ni un instante y me visto para la ocasión, cuidado y osen molestar. Pero lo mío son los aromas. Invierto dinero en olores. Los exfoliantes corporales con aromas cítricos me trasladan durante la ducha a lugares imaginarios, me relajan –cuando tenga oportunidad, pondré una tina de baño para pasar horas sumergida, olvidándome de todo y de todos.  Luego de la ducha, me unto varios aromas: cremas corporales con esencia de rosas, aceites de sándalo, brisas frutales, desodorantes con bergamota incluida. Nunca olvido el tratamiento exclusivo que le invierto a mis pies y manos; de eso ya he hablado en otra ocasión. Embadurnada de olores, visto mi cuerpo con cualquiera de los trapos mencionados arriba. Cierro con broche de oro: rocío por todo mi cuerpo cantidades generosas de mi perfume favorito, un oriental amaderado, el cual cuenta con cuatro esencias principales: sándalo de la India, pachuli de Indonesia, resina labdanum francesa y benjuí de Siam. Conclusión: Soy olor ambulante, pero aunque no lo crean, no dejo mi aroma por los corredores, ni provoco estornudos; eso es lo que me gusta del sándalo y del labdanum: la sutileza se capta con la cercanía. Ah, olvidaba el cardamomo en mi boca. Hace unos días mi amiga Rudi subió a mi carro y comentó que olía a romero. A lo mejor es el perfume que uso, le contesté y burlándose me dijo: o la cremita de manos, o el aceitillo para tus pies, o el desodorante...

Esto sale a cuenta por eso de que me conozco y me conocen –en este aspecto– mi familia y mis amigos. Ellos, mis cercanos, saben también de mi preferencia por el color beige, verde, anaranjado, amarillo. Saben que mi corazón está a la izquierda. Conocen mi manía de tomar al mismo tiempo café, agua, cerveza y jugo de naranja. Saben de mi intolerancia a los estúpidos, a los pretenciosos, a los mentirosos, a los machos cabríos, a los misóginos, a los falsos, a los deshonestos, a los gandallas, a los envidiosos. Saben que odio las poses, las apariencias. Que no soy palera del manual de Carreño, que lo estreñido de los buenos modales me pone en estado quejumbroso, hastiada. Que prefiero una charla en una cafetería que una cena lujosa en el "Pujol".  Que para mi leer y escribir es hedonismo puro. Que me gusta perderme en el tiempo, vagabundeando por las calles; ver llover desde la esquina de una calle y mojarme los pies en cualquier charco. Llorar en parques y acompañar con mis lágrimas a la lluvia. Que grito como posesa en los conciertos. Que toco un poco el saxofon y que lo dejé una buena temporada por los huesillos de mis manos.

Los hombres que he amado poseen un perfil similar: tengo bien definido lo que me gusta. Eso me hace sentir bien y mal conmigo misma. Bien porque no soy de las que cuando tengo de pareja a un tragón, me conozco todas las taquerías del mundo; cuando me hago novia del vegetariano, me convierto en Hare Krishna; cuando salgo con un aficionado a los toros, hablo con la "Z" y grito: olé, olé. No dejo de ser yo ni me camufleo. Y por supuesto no he sido novia de un aficionado a los toros, ni de ningún vegetariano, de un tragón, sí.

Malo que el perfil que me atrae de los hombres sea como es, porque resulta que me gustan los tipos complejos, misteriosos, raros. Y lo peor es que, o llego a sus vidas demasiado tarde o muy adelantada...


Foto de inicio por  Keith Aggett 




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