martes, 28 de septiembre de 2010

En el mundo de las ideas y de los sueños...





Ser fiel a un sentimiento es una peculiaridad de pocos que muchos se adjudican. Cuando se relaciona sentimiento y fidelidad, el primero le resta seriedad al segundo. Con eso de que los sentimientos son efímeros: por lo tanto se trata de utopías, dirán los pragmáticos.

Si nos referimos a deseos o expectativas y de la fidelidad de nuestras acciones para llegar a ellos, los literales entonces dan saltos y votan acuerdos concisos y directos para reafirmarlos. Conozco a personas que marcan una línea de meta y no paran hasta que la cruzan con las manos en alto. Estoy segura que también saben de personalidades así, a lo mejor ustedes forman parte de ese grupo.

“Es fiel a sus sentimientos” dice alguien refiriéndose a determinado sujeto que en medio de las tempestades (no patológicas ni dependientes) continúa afianzado a un sentimiento; a aquel que reafirma su afecto echando mano del difícil arte de ajustar el equilibrio y, a partir del mismo, logra mantenerse nivelado.

La fidelidad es un acuerdo, de primera instancia, a uno mismo y de manera secundaria a la contraparte. No se debe confundir con aferración ni mucho menos con obligación.

¿En qué momento ser fiel a un deseo se convierte a los ojos de los otros en egoísmo?


Conocí una historia:
Una mujer de provincia que deseaba dejar atrás el estereotipo de ama de casa criadora de hijos; en su primera salida para conocer el mundo, se embaraza de un profesionista quien la convence para ser madre y esposa. Tiene con él dos hijos más y también, en secreto, persiste fiel a su deseo: volar, ser independiente, mirar lugares lejanos. La imposibilidad la transforma en sombra taciturna. Trabaja hora tras hora primero para sus hijos (eso se repite una y otra vez), después, cuando los hijos son profesionistas, para lograr ese deseo al que sigue siendo fiel en contraparte a la infidelidad de su esposo.

“No me conoció, no sabe quién soy, siempre estaba trabajando”, dice su hijo mayor quien la admira por su empuje. Aunque al mismo tiempo y cuando la ocasión lo amerita, menciona la valentía e inteligencia del padre profesionista para convencerla de no abortarlo a él, el primogénito. “Yo no estaría aquí, agradezco la oportunidad”, finaliza diciendo con cierto grado de emotividad.



Este es un ejemplo de fidelidad de un deseo, que si bien para algunos resultaría fuera de lugar y tiempo, para otros con mentes volátiles, les motiva a imaginar lo sucedido si la mujer hubiera abortado. De estos últimos: habrá quienes la critiquen, pensando que es un claro ejemplo de egoísmo, llevándola por los caminos intrincados del castigo divino. No olvidemos a los hijos, ¡juzgadores puntuales!

Se cargan las acciones como costal en la espalda; se cargan las consecuencias de las mismas en las plantas de los pies. Los deseos y sentimientos los guardamos bien doblados por debajo de la almohada, para actuarlos en ese otro lado...en el mundo de las ideas y de los sueños.

Pertenezco a las que saben ser fieles a ciertos sentimientos y uno que otro deseo.



¿What about you?



FIRMA: Un ser de este mundo

Imagen de inicio cargada en flickr por Helen Sotiriadis






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martes, 21 de septiembre de 2010

Analfabetismo incipiente...



“Voy a ir, quiero ver qué tal se siente andar entre intelectuales”, me dijo un amigo por correo después que lo invité. Incluso me interrogó: “¿Darán café o vino?"  Éste cree que se trata de un congreso médico donde se derrocha chupe y comida. Se me ocurrió decirle que se comprara un capuchino en el Starbucks que está cerca del Centro de Lectura, y de paso uno para mi. Con lo que respecta a saber si se “siente” la intelectualidad, no supe que decirle. El gremio médico se acompleja cuando le hablan de literatura (no generalizo, conozco algunos garbanzos de a libra).

Estoy cohibida. Pocos saben que por momentos me siento a inventar historias. Son escasos los que tienen conocimiento de que asisto, desde hace varios meses, a un taller de cuento y microficción. Un grupo reducido ha sido al que le revelé que uno de mis relatos ganó para ser publicado en una antología de cuento (en diciembre 2011), junto con escritores reconocidos en  Small Beer Press  en los EU.

Estaba merodeando en internet para ajustar el ansia, y un twittero recomendó este fragmento de un libro de Jorge Ibargüengoitia, muy a doc con lo que siento en estos momentos.


Lo comparto con ustedes está fabuloso.

Mañana será mi debut.







¿USTED TAMBIÉN ESCRIBE?
Analfabetismo incipiente

Según parece, en los Estados Unidos el número de personas que han escrito una novela es monstruoso. Muchas veces mayor, por supuesto, al número de personas que han publicado una novela. En nuestro medio, inclusive, a pesar del elevado número de analfabetismo que tenemos, el número de personas que creen que podrían escribir una novela con las experiencias que han tenido en su vida, es tremendo. Un soneto es algo mucho más difícil porque hay que aprender a rimar y a contar sílabas. Pero una novela. ¡en prosa! es la cosa más fácil del mundo. Basta con sentarse frente a una hoja de papel y contar todo lo que nos ha pasado en nuestra vida, que es tan interesante. Lo malo es que no tiene uno tiempo, porque hay que trabajar para sostener a la familia, llevar a los niños a la escuela, ir a fiestas, lambisconear al jefe, etcétera. En realidad, escribir novelas es un trabajo de ociosos. Pero eso no quita que la mayoría de la gente tenga un talento novelístico innato, o mejor dicho, literario. La prueba está en las composiciones que hacíamos en la escuela y las dedicatorias que poníamos el día de las madres.
Eran geniales. 



Esta situación, la de vivir en un medio de novelistas potenciales, no frustrados, porque nunca han intentado ejercitar sus talentos, ni fracasado en el intento, hace que personas como yo, que no hacemos más que lo que todos podrían hacer, seamos considerados como una raza parasitaria, superflua y, francamente, de muy poco talento, porque nos cuesta un trabajo horrible hacer lo que todos harían en sus ratos de ocio. Por otra parte, esto de usar para expresarse un medio que todos conocen a la perfección desde primero de primaria, hace que los escritores tengamos una cantidad de críticos exactamente igual al número de personas que saben leer y escribir. El de lectores, en cambio, es mucho más reducido, porque la mayoría de los críticos son apriorísticos.



— ¡Novelas, las mías!— dicen, y no compran las nuestras. Criticar a un pintor o a un músico es más difícil. Al primero porque sus cuadros no los ven más que los culteranos que van a las exposiciones, y porque, además, ése sabe mezclar los colores, que requiere cierta ciencia; al segundo, porque nadie sabe leer música. Esos son desechados por locos que, en nuestro medio, es lo mismo a ser desechado por genio. Pero nosotros, los escritores, estamos en la línea de fuego.




—Oye, ¿cómo no me habías dicho que eras escritor?— me preguntó una mujer con quien he tenido la desgracia de trabajar varias veces en congresos—. A ver qué día me regalas uno de tus libros.
Ha de creer que uno tiene que andar anunciándose, y que los libros los escribe uno para regalarlos. Yo nunca le pregunté si era casada, y si me enteré de que tenía una tortillería automática, fue por boca de terceros.
Además, nunca se me hubiera ocurrido pedirle una tortilla. 



—Oiga, patrón, ¿cuándo escribe un libro de veras bueno?— me preguntó un mimeografista a quien cometí la torpeza de regalarle un libro—. Digo, porque ése es de relajo.
Pasa uno muchas vergüenzas.



—Tus libros me parecen superficiales— me dijo una culta, y por supuesto, mal educada—. Pero mi yerno dice que tienen mucho porvenir, y él es argentino.
Fue un consuelo.




Pero veamos cómo se comportan las demás profesiones. Un ingeniero se pone Ing. antes del nombre, y cuando su mujer llega a la casa, le pregunta a la criada: ¿ya llegó el ingeniero?Ninguna esposa de escritor le ha preguntado nunca a ninguna criada si ya llegó el escritor. Entre otras cosas, porque lo más probable es que no tenga criada, y porque sabe que su marido no ha salido; está en su cuarto, frente a la máquina, devanándose los sesos. 



Un Lic., un Arq., un Dr., un Ing. antes del nombre, o un CPT después son signo de que alguien se ha pasado años leyendo libros que nadie leería de motu proprio. ¿Pero nosotros? para escribir novelas no se necesita más que leer novelas, que, después de todo, se supone que la gente lee por gusto.
Así que además de parásitos superfluos, somos hedonistas.


Pero como para adquirir prestigio no podemos recurrir a la aridez, porque sería contradecir los principios mismos de nuestro arte, podemos acudir a otras profesiones, que además de lo difícil del estudio, tengan otras características que provoquen respeto por parte del público.Un psicólogo, por ejemplo, es, en sociedad, mucho más aplastante que un ingeniero, aunque sea más difícil calcular un edificio que sentarse media hora a escuchar lo que dice un paciente. Todos le tienen miedo porque creen que les va a descubrir un defectazo. La mecánica de este proceso es que el ignorante no sabe qué signos pondrán en evidencia qué cosa. La magia del psicólogo está en que él descubre lo que nadie ve y llega a conclusiones que nadie entiende.
La base del prestigio es la incomprensión. 



Esto puede ser la salvación del escritor. Si, por ejemplo, en vez de contar la novela de principio a fin, la cuenta del fin a principio, si repite la misma escena desde tres puntos de vista diferentes, si quita del diálogo los nombres de los interlocutores, si describe una mesa como si fuera un paisaje, y un paisaje como una mesa, logrará confundir completamente al lector. Es posible que éste nunca termine de leer la novela, pero respetará al que lo escribió.
De ahora en adelante escribiremos así y dejaremos de ser parias. 



Primer capítulo del libro: "Ideas en venta" de Jorge Ibargüengoitia



FIRMA: Un ser de este mundo






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