jueves, 30 de abril de 2009

Fiesta de máscaras...




Hay una fiesta de máscaras en la ciudad–les platica Cornelio a los peces. Son máscaras simpáticas: de colores y he visto que algunas son de tela. La de Ateh es blanca con liguitas amarillas. La del vecino(sí) es azul con listones de agujeta. Hasta los niños tienen su máscara. El perro melenudo del anciano que vive en la esquina, presume la suya –que es azul- , muy erguido y meneando el rabo. Hoy le pedí la mía a Ateh, se carcajeo de mí, pero tengo su promesa que me hará una en cuanto llegue de la cafetería. ¡Lástima! Ustedes no podrán usar alguna, se les mojaría.


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Lo veo angustiado. La incertidumbre y el miedo no son una adecuada combinación. La circunstancia y la reacción. Binomio que nos define. La mujer rubia de la mesa de entrada, no se cubre la boca, y mira con burla a los que sí lo hacemos. El hombre de las gafas que lee por horas, mueve inquieto su pierna, fuma un cigarro tras otro. Por momentos despega los ojos del libro y mira hacia un lugar indefinido, al tiempo que toca con la yema de sus dedos el cubre-bocas que cuelga de su cuello. Los chicos que atienden la cafetería bromean, pintan bocas y dientes sobre el protector que utilizan en su cara. La dueña del local les ordena cada determinado tiempo, con una señal, el momento de ir a asearse las manos. Hay una pareja leyendo el periódico, ella tiene el protector de diadema y él de collar.
Lo veo angustiado. El vecino(sí) se cuestiona si es realidad o fantasía lo que sucede. Estoy segura de eso. Escribe y escribe. Yo, observo y pinto letras en hojas de abedul. Hoy toca pintar la letra t.
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La reacción ¿es defensa? No entiendo porque está tan tranquila. Intentaré relajarme, no me gusta mostrar vulnerabilidad e incertidumbre. Mejor escribo. Espero que tenga la oportunidad de conocerla en otro momento fuera de este caos.

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La muchedumbre de los negros pájaros había nublado la ciudad ese jueves y, durante varios días, el plap, plap, plap, inundó las calles. Leyendas fueron despojadas del polvo. Se trata del mal esperado secundario a nuestras acciones -pensaban algunos. Otros más discutían acerca de venganzas y conveniencias. Mientras las conclusiones eran analizadas, sobre el horizonte, seguían apareciendo hordas de cuervos, que por momentos, detenían su vuelo posándose sobre algún lugar disponible. Caminar por la aceras era semejante a traspasar a un lugar misterioso, donde cada uno de nosotros éramos representantes de una estela funeraria.

Hoy ya no se escuchaba ni un solo batir de alas, estamos saliendo del infierno...




FIRMA: Un ser de este mundo





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miércoles, 15 de abril de 2009

Mi herencia...respuestas...





Foto cargada por Francesco Vgg.




Ateh no despega los ojos del libro. No parpadea. ¿Respira? ¿Llora? La miro desde la ventana del salón de lectura. Por más que aleteo y mantengo en equilibrio mis alas, no voltea hacia acá. Hoy no he logrado entrar a la casa pintada. Ateh la mantuvo con candado durante la mañana. Ojalá no esté molesta por mi ausencia. Tengo tanto que contarle acerca del vecino(sí) que estoy seguro que me perdonará por haberla dejado sola. Creo que lloverá de nuevo, tendré que meterme en la casita del correo…Ufff, no hay azúcar, me toca ayunar.




*"[…]- ¿Dónde están tus límites Lajos? […]


-[…]-Todo eso son puras palabras –observó, con un movimiento de la mano de aburrimiento-. Límites, posibilidades. El bien y el mal. Son puras palabras Eszter. ¿Has pensado alguna vez en que la mayor parte de nuestras acciones no tiene ningún sentido ni ningún fin? Uno hace lo que hace, sin pensarlo, sin obtener ningún beneficio ni ningún placer por ello. Si examinas tu vida, te darás cuenta de que has hecho muchas cosas sin querer, simplemente porque se te ha presentado la ocasión para hacerlas. […] es muy incomodo reconocerlo, Eszter. Al final de la vida, uno se cansa de cualquier acción encaminada a un fin en concreto. A mí siempre me gustaron las acciones que no tienen explicación posible. […] ¡Límites! ¡Límites interiores! Pero si la vida carece de límites. Compréndelo de una vez. Nunca he decidido mis acciones. Al fin y al cabo, uno sólo es responsable de lo que decide, de lo que planea, de lo que quiere hacer. Uno es solamente responsable de sus intenciones… Las acciones ¿qué son? Son sorpresas arbitrarias. Uno se encuentra en una situación y observa lo que hace. Sin embargo, la intención, la intención sí es culpable, Eszter. Y mis intenciones siempre han sido limpias. […][..] Yo siempre he sido un hombre débil. Me hubiera gustado hacer algo en este mundo, y creo que disponía de algún talento para ello. Sin embargo, la intención y el talento no son suficientes. Ahora ya sé que no son suficientes. Para la creación, hace falta algo más…una fuerza especial, una disciplina; o las dos cosas juntas. Creo que es a esto a lo que se suele llamar carácter… Esa capacidad, ese rasgo es lo que me falta a mí. Es como la sordera. Como la sordera de alguien que conoce las notas musicales que está tocando, pero que no oye los sonidos. Cuando te conocí, no sabía esto con la precisión con la que te lo estoy contando ahora…no sabía tampoco que tú eres para mí mi carácter. ¿Lo entiendes?

-No.
-Sin embargo, es sencillo –dijo-. Lo comprenderás. Tú fuiste… Tú hubieras podido ser para mí lo que me faltaba: mi carácter. Uno se da cuenta de estas cosas. Una persona que no tiene carácter o que no tiene un carácter perfecto, es un inválido en el sentido moral de la palabra. Hay muchas personas así. Son seres perfectos en todos los sentidos, pero es como si les faltara un miembro, una mano o un pie. Luego se les pone una prótesis y se vuelven capaces de trabajar, de ser útiles para el mundo. Perdóname la metáfora, pero tú hubieras podido ser una prótesis para mí…Una prótesis moral. […]
[…]-la moral no puede ser trasplantada de una persona a otra. Perdóname Lajos, pero todo eso son sólo teorías.
-No son sólo teorías. El sentido de la moral, ya lo sabes, no es un rasgo de carácter heredado, sino es algo que se adquiere. Uno nace sin moral alguna. La moral del hombre salvaje y la moral del niño son diferentes de la moral de un juez de setenta años que trabaja en un tribunal de casación de Viena o de Amsterdam. Uno adquiere la moral durante toda la vida, de la misma manera que adquiere modales o cultura. Hay personas que tienen un carácter fuerte, que son unos genios en su carácter, como hay genios en la música o en la poesía. Tú eres así, Eszter, un genio de la moral, no protestes. Yo sé que eres así. Yo, para las cuestiones de la moral, soy un sordo, un analfabeto. Por eso quise estar a tu lado, creo que sobre todo por eso.
- No lo creo – insistí obstinada-. […] Mira, Lajos: mientras una persona duda de la palabra de la otra persona, o de sus sentimientos, se puede seguir construyendo una vida en común, o una relación cualquiera, sobre tal terreno movedizo. Puede tratarse de un terreno pantanoso, como suele decirse, o de arenas movedizas. Sabes que lo que estás construyendo se derrumbará un día, pero sigue siendo una tarea real, humana, una tarea designada por tu destino. Pero la persona que para su infortunio esté construyendo algo sobre ti, está perdida, porque un día tendrá que darse cuenta de que ha construido castillos en el aire, en la nada. Hay quien miente porque es así su naturaleza, o porque le conviene, o por intereses, o por imposiciones momentáneas. Pero tú mientes como cae la lluvia; sabes mentir con lágrimas, sabes mentir con hechos. Debe de ser difícil hacerlo. A veces pienso de verdad que eres un genio… El genio de las mentiras. Me miras a los ojos, me tocas, las lágrimas corren por tus mejillas, tus manos tiemblan, y sin embargo sé que estás mintiendo, que siempre has estado mintiendo, desde el primer instante. Toda tu vida ha sido una mentira. Ni siquiera creo en tu muerte, puesto que también será una mentira. Sí, eres un genio. […]


[…] Lajos se acercó y se detuvo a un paso de distancia.
- Pero, en ese caso, ¿qué quieres de mí? ¿Cuál es mi pecado? ¿Qué te debo? ¿Qué gran fallo he cometido? ¿En qué he mentido? En los detalles. Pero hubo un momento –dijo, indicando las cartas- en que no mentí, en que tendí la mano porque tenía vértigo, como el equilibrista sobre la cuerda, en medio de su actuación. Y tú no me ayudaste. Nadie me tendió la mano. Así que seguí haciendo equilibrios como pude, porque a los treinta y cinco años uno no tiene ganas de caer…Ya sabes que no soy especialmente romántico ni apasionado. A mí me interesaba la vida…, las posibilidades de la vida…, el juego, como tú acabas de decir… No soy ni he sido nunca el tipo de hombre que lo arriesga todo por una mujer, por una pasión sentimental… Hacia ti no me atraía una pasión irresistible, ahora ya te lo puedo confesar. Ya sabes que no quiero hacerte llorar, no necesito que te enternezcas. Sería ridículo. No he venido para pedirte nada. He venido para exigir. ¿Lo entiendes? –me preguntó en voz baja, con tono serio pero amistoso.


-¿Para exigir? –dije, y mi voz apenas era audible-. Muy interesante. Pues exige.
-Sí –dijo-, lo intentaré. Naturalmente, de una manera demostrable o legal, no tengo derecho a exigirte nada. Pero también hay otro tipo de derechos, otro tipo de leyes. Quizá no lo sepas todavía, pero ahora te vas a enterar de que aparte de las leyes morales hay otras, igual de poderosas, igual de válidas. ¿Cómo decirte?... ¿Lo sospechas ya? La gente corriente no es consciente de ello. Pero tú tienes que enterarte de que a las personas no solamente las atan las palabras, los juramentos y las promesas; y que ni siquiera son los sentimientos y las simpatías las que rigen las relaciones humanas. Hay algo diferente, una ley más severa, más dura, que determina si dos personas están ligadas o no… Es como la complicidad. Esa ley es la que estableció que yo tuviera que ver contigo. Yo conocía esa ley. La conocía incluso hace veinte años. Cuando te conocí, lo supe enseguida. No tiene ningún sentido que me haga el modesto. Creo, Eszter, que en realidad, de nosotros dos, soy yo el que tiene el carácter más fuerte. Claro, no en el sentido de los manuales de moral. Pero soy yo –el errante, el infiel, el fugitivo- quien ha podido permanecer, con todo mi empeño y convencimiento interior, fiel a esa otra ley que no figura en los manuales ni en los códigos penales, y que, sin embargo, es la verdadera. Es una ley dura. Atiéndeme. La ley de la vida dicta que acabemos lo que un día empezamos. No es precisamente un motivo de alegría. En la vida nada llega a tiempo, la vida nunca te da nada cuando lo necesitas. Durante largos años, nos duele ese caos, esa demora. Pensamos que alguien está jugando con nosotros. Sin embargo, un día nos damos cuenta de que todo ha ocurrido determinado por un orden perfecto, encajado en un sistema maravilloso… Dos personas no pueden encontrarse antes de estar maduras para su encuentro… Maduras, no desde el punto de vista de sus inclinaciones y de sus caprichos, sino en su fuero más íntimo, obedeciendo la ley irrevocable de sus destinos, de sus estrellas, de la misma manera que se encuentran dos astros, en la infinitud del universo, con una exactitud perfectamente determinada, en el instante previsto, en el instante que pertenece a los dos, en la infinitud del espacio y del tiempo, según las leyes de la astronomía. Yo no creo en los encuentros fortuitos. Soy un hombre y he conocido a muchas mujeres. […] […]Qué otra cosa podía haber hecho. Siempre te he estado esperando –añadió, con amabilidad, pero sin énfasis, de una manera elegante y humilde-. ¿Qué quieres que haga? ¿Qué puedes hacer tú con esta confesión tardía que a nuestra edad ya no tiene ningún significado ni ningún valor moral? […] Yo sólo te he amado a ti en toda mi vida; ya sé que mi amor no se basaba en unas exigencias severas, y que yo no era muy consecuente con ello… Luego, algo sucedió… […] Lo que sucedió es que tú no querías aceptar ese amor. No trates de defenderte. No basta con querer a alguien. Hay que tener valor para amar de verdad. Hay que amar de una manera tal que ningún ladrón, ninguna mala intención, ninguna ley –ni la ley humana ni la ley divina- puedan hacer nada en contra de ese amor. Nosotros no nos amábamos con valentía… ése fue el problema. Y es tu responsabilidad, puesto que el valor de un hombre resulta ridículo en materia de amor. El amor es cosa de mujeres. Sólo destacáis en eso. Y en eso fracasaste tú, y contigo fracasó todo lo que pudo haber sido, todos nuestros deberes, el sentido entero de nuestras vidas. No es verdad que los hombres sean responsables de su amor. Hubieras tenido que amarme como ama una heroína. Sin embargo, cometiste el mayor error que una mujer puede cometer: te enfadaste, te echaste atrás. ¿No lo crees así?


-¿Qué importa eso ahora? –le respondí. […]


-Quería que supieras que nada puede terminarse de una manera arbitraria, antes de tiempo, entre dos personas… ¡No puede ser! […] Tú estás ligada a mí, incluso ahora, cuando el tiempo y el espacio ya lo han destruido todo, todo lo que nosotros construimos entre los dos. ¿Lo comprendes? Tú eres responsable de todo lo que me ha sucedido en la vida, de la misma manera que yo soy el responsable de ti…, a mi manera… Sí, a la manera de un hombre. Era necesario que te enteraras de esto".











La casa pintada un día de dudas.


Querida Dorotea:



No sé porque estoy triste. Lloré durante el día. Esta carta se supone la escribiría a temprana hora y es hasta este momento, que mi mente se encuentra un poco despejada. Te encontré de nuevo en mi lectura. Así como yo, observabas la conversación entre Lajos y Eszter. Me di cuenta que no dejabas de mirarme.



Dorotea, ¿qué sentido tienen el perdón, cuando no entendemos las acciones del que te agravió?



Duele más la cobardía que la ausencia…ahora lo sé…



Luego te escribo algo menos triste y con más coherencia.



Saludos y besos.






Ateh.









*Sándor Márai La herencia de Eszter,editorial Salamandra,2007











FIRMA: Un ser de este mundo.










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martes, 7 de abril de 2009

Destruir y construir...

Foto cargada por De La Luz.
El viento susurró por entre los bordes de la ventana. Durante las dos horas de taller tuve como fondo musical a la fuente, desgranando a borbotones el agua. Hay pocos muebles en el aula, eso contribuye a elevar los ruidos provenientes de la calle. Participé con una narración (la del colibrí y la chica de las hojas) y abastecí el cenicero con dos colillas de cigarro.


De a poco se va revelando con sencillez la prosa. Mi pluma mejora lenta. No importa, no hay prisa. Dicen los maestros Roald y Guillermo lo siguiente: Cualidades que se deben poseer o tratar de adquirir si se desea ser escritor de ficción.

  1. Tener una imaginación viva.

  2. Capacidad de escribir bien. Esto significa que: se debe ser capaz de hacer que una escena cobre vida en la mente del lector. No todo el mundo posee esta habilidad. Es un don que sencillamente se tiene o no se tiene.

  3. Tener resistencia. Dicho de otro modo, debe uno ser capaz de seguir con lo que hace sin darse jamás por vencido; hora tras hora, día tras día, semana tras semana, mes tras mes.

  4. Se tiene que ser un perfeccionista. Eso quiere decir que uno nunca debe darse por satisfecho con lo que ha escrito, hasta que lo haya reescrito una y otra vez, haciéndolo tan bien como le sea posible.

  5. Poseer autodisciplina. Ya que no se tiene horario fijo, no se checa tarjeta. La escritura es un trabajo solitario, y nadie nos recriminará si le damos duro a la vagancia.

  6. Es de gran ayuda tener mucho sentido del humor. Esto no es esencial cuando se escribe para adultos, pero es de vital importancia cuando se escribe para niños.

  7. Tener cierto grado de humildad. El escritor que piense que su obra es maravillosa lo pasará mal.
    Regresé al departamento caminando. Por fin mi sombra logró acoplarse a mi perfil y ser compañera, en lugar de arrastrarse frente a mí. Descubrí al colibrí en el balcón, su pico jugueteaba con otra hoja de abedul. Sobre la misma se veía una h pintada con tiza azul. Intenté acercarme al ave pero, ágil, me esquivó y, volando hasta mi cama, dejó caer la letra; luego se escondió veloz en el librero. Por intervalos se asomaba entre los libros, me espiaba.


    En la casa pintada no había luz. “Ella no está”, pensé. Me serví café. El colibrí se acercó a la azucarera dando probaditas intermitentes. “¿Tienes nombre?”, le dije al glotón mirándolo desde mi silla. Por un instante creí que había comprendido mi pregunta porque ladeó la cabecilla hacia la izquierda y permaneció quieto, después continuó comiendo azúcar.

    Acomodé el ordenador sobre el escritorio para trabajar, entonces, fue y se colocó cerca del calor que despedía la computadora, se comprimió hasta convertirse en una bolita de masa con plumas, escondiendo el pico en su pecho colorado y se durmió.
    Escapó de mis labios una sonrisa. Tenía meses que cualquier situación, persona, o animal, no me provocaban curiosidad o ternura.
    Me dediqué a teclear …
    Antes de meterme a la cama fui al balcón, el colibrí seguía dormido. La casa pintada estaba aún a oscuras pero ella había llegado. La vi que buscaba a… ¡Emilio!, ¡sí!, lo llamaré igual que yo. Aquí le construiré otra morada para pernoctar.








    FIRMA: Un ser de este mundo.










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