domingo, 30 de noviembre de 2008

REACOMODO, CAMINO Y ESPERO






Escuché: gracias, en tono bajo. Cómplice, le sonreí a la madera del librero. Intenté recordar el tiempo de vida de mi almacén literario, no lo logré. ¿Veinte años? Puede ser. Durante años me salvé de morir aplastada por un desplome de hojas y letras. Decidí escombrar mi librero para darle espacio a los libros que ya formaban parte de mi cama, de cajones de ropa, del banco de altura. Sobre el tocador, los perfumes, cepillos y cremas; reposaban por encima de: Llámalo sueño, Ficcionario, Trópico de cáncer, El libro de Manuel y Antología del humor negro. Si intentaba buscar algún libro, aquello se convertía en una aventura; encontraba de todo: fotos, artículos de medicina, cartas de amigos o novios, publicidad médica, etcétera. Terminaba molesta por no localizar lo que quería en los montones e hileras de letras; dejaba todo hecho pelotas. Por supuesto la maraña de libros, hojas y demás cosas sin orden, se introducían más en el caos.
La cajuela de mi auto se había transformado en librero móvil. Tenía que lanzarme clavados para buscar algunas letras pendientes de leer. Llevar el carro al servicio, implicaba descargar libros. Cuando esto sucedía, por arte de magia, desaparecía toda la familia de mi vista y me tocaba sola desalojar y amontonar más libros en el poco espacio de mi habitación. El suelo fue el lugar asignado para tres torres que pujaban por mantener el equilibrio, el cual llegaron a perder por culpa de la mascota negra y juguetona que pulula por el hogar. Los discos compactos también han provocado impaciencia en el intento de organización de la casa. Mi madre optó por asignarme un rincón de la sala, pero no fue suficiente. Se ha dado por vencida, sólo le resta tenerme paciencia.
En mis vacaciones, con trapo en mano, combinando resignación y ánimo, limpié e impuse orden al desorden. Me descubrí caminando despacio entre las capas grises de polvo; sorprendida y emocionada, encontré: caricias, miradas, besos, caligrafía de amor, regalos, canciones, imágenes, promesas no cumplidas, mentiras verdaderas, amores malogrados, dolores del alma, recetas para eructos, indigestiones aliviadas, olores desafortunados, flores marchitas, hojas de árboles enmicadas, teléfonos antiguos, secretos olvidados, susurros cálidos, radiografías de ideas, medicina para el odio, ungüentos que ensordecen, correspondencia de humores, brotes antiguos de granos, colores chillantes, ¡moscas muertas! (bien decía Cortázar: esa obstinación de las moscas).
Me encontré, repasando mis recuerdos. Hojeé miles de muletas que ocupaban los extremos  y descubrí que eran fuertes, porque sostenían un peso importante de artículos médicos y revistas de cardiología antiguas; supe elegir cuáles eran necesarias. Al final, un bote de basura grande no fue suficiente para echar lo inútil. Mis libros están acomodados ahora de la siguiente manera: novelas, cuentos, ensayos y poesía. Los tomos médicos ya tienen también su lugar, así como las revistas. Vivimos, coexistimos ¡vaya manía! Durante ese tránsito de lo cotidiano, nos cae polvo que, con trapo y escoba, sólo logramos cambiar de lugar.
En estos días, miro que a nuestro alrededor se forman telarañas de diferentes hilos y fuerzas. Algunas de amor, de amistad, de compañerismo o solidaridad. Existen vientos contrarios, fantasmas vivientes, muertos en vida; que se llevan nuestra situación estable entre las patas. Rompen las telarañas dejando destrozos por todos lados.
En estas semanas también miro llanto, desolación, tristeza, entonces, recuerdo. Yo fui llanto, desolación y tristeza. Durante este reacomodo de cosas y de recuerdos, no solté ninguna lágrima. No ha sido fácil llegar a este punto.
Leí hace poco Son de mar, una historia (la hicieron película creo) de Manuel Vicent; donde se habla de naufragios humanos, de vacíos y confusiones (no de desamor); donde hay corazones que necesitan naufragar para encontrarse. En la película El lado oscuro del corazón, de Eliseo Subiela, se muestra ese lado humano, incomprensible para la muerte. Durante la búsqueda, nos persigue la dama en su caballo azabache. Nos vigila, sopesa posibilidades. Muchos escritores y poetas están seguros de que la espera del amor, retrasa la llegada de la muerte
Porque el amor duele, desgarra, tatúa; pero también enseña a vivir y nos transforma, y sí, vale la pena el riesgo, vale la pena el dolor, vale la pena esperar.

* (…) Y después de todo sólo nos quedaba, nos queda la lúgubre tarea de seguir siendo dignos, de seguir viviendo con la vana esperanza de que el olvido no nos olvide demasiado.”



*Alguien que anda por ahí Julio Cortázar



FIRMA: Un ser de este mundo
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domingo, 23 de noviembre de 2008

REFLEJOS









Vivo en una sociedad  de reflejos (también ustedes ¿eh?). En estos días, por más que intenté no mirarme en algún espejo –mirarme, lo que se dice mirarme- me descuidaba un momento y de pronto me asaltaba mi propia imagen, como recordándome que tenía un pendiente.

Dos MEMES y ningún impulso de imprimir en letras lo que ustedes detectan de mí en forma tangencial.
Existe un poema de Wistlawa Szymborska (poeta polaca) que dice lo siguiente: 

El águila ratonera no suele reprocharse nada.
Carece de escrúpulos la pantera negra.
Las pirañas no dudan de la honradez de sus actos.
Y el crótalo a la autoaprobación constante se entrega.
El chacal autocrítico está aún por nacer.
La langosta, el caimán, la triquina y el tábano viven satisfechos de ser como son.
(…) En el tercer planeta del sol,
la conciencia limpia y tranquila es un síntoma primordial de animalidad”. 



Como verán yo no tengo la conciencia limpia. Al que sí ejercito es a mi sentido común. Todos los días me levanto lo más temprano que mi compacto y cansado cuerpo lo permite, reviso si me encuentro enterita –ya que luego tengo sueños mutilados- me baño con esencias compuestas y salgo a enfrentarme con los vicios humanos. ¡Eso sí! Oliendo a estigmas.

1. Intento no mentarle la madre a las madres responsables que hacen doble fila para dejar sanos y salvos a los críos en las escuelas. Mientras los otros trastornados y poco tolerables, esperamos lograr llegar a tiempo a la fiesta diaria, para chupar y ponernos bien alegretes. 

2. Llego por fin al guateque. Y para pura desgracia tengo un paciente estable pero sin deseos de darle intenso al merengue. Entonces, me acomodo tranquila y leo. Estaba yo en el momento crucial donde:  *Fantomas le dice al profesor Semo (si les suena parecido a la realidad es pura coincidencia):  
 Laura no sabe esto, profesor. Ella pensaba que el propósito perseguido por “Los niños del cielo” era crear fuentes de trabajo para sus propios miembros, y no, el verdadero fin perseguido, es sin duda adquirir dinero y poder”. El profesor Semo le contesta: “¿Qué piensas hacer hijo? ¿Tienes pruebas suficientes para desenmascarar a “Los niños del cielo?” Y mi héroe le contesta: “De nada me servirán profesor. Ellos tienen dinero suficiente para comprar testimonios falsos tan importantes que yo quedaría en ridículo”. 

De pronto entra y me saca de la historia -sin tocar antes de entrar, digo, ¡me puede dar un infarto!- la enfermera. “El paciente tiene arritmia” me dice. Voy y miro el monitor. Indico tratamiento y anoto en las ordenes médicas. Me quedo quieta vigilando el trazo de electrocardiograma del paciente. De pronto el individuo convulsiona y deja de respirar. ¡A moverse! Mi cabezota intentando entender qué fue lo que sucedió. “Y eso que sólo le han pasado 50 mililitros”, me dice la torunda, ejemhh, digo, la “enfermera”. ¡¿Qué, queeeé?! ¡¿Qué le pasaste cuanto?! “Este… usted me dijo que 60 mililitros, ¿o no?”, me dice la interfecta. ¡No, Pancracia. Te dije 60 miligramos, o sea 3 mililitros! ¡Pucha madre! 

Después de que resolví la tiznadera, con las pantorrillas temblorosas y enchilada al máximo de lo que las conciencias tranquilas permiten: me sale fuego por los ojos y gasolina por el hocico. 
“La indicación fue verbal por parte de la doctora”, se defiende la móndriga ignorante cuando las supervisoras la interrogan. “Si te digo que le pongas veinte frascos, ¿lo harías?”, la confronto. Sigue defendiéndose sin importar a quién se lleva entre las patas. No lo acepta. Yo no logro ser noble, amarla, respetarla y con toda honestidad la quiero ¡MATAR! Me llega la prepotencia y le digo: “Qué más puedo esperar de una auxiliar de enfermería, que trabaja en una unidad de terapia intensiva coronaria”. ¡Zas! Se me van encima y en masa las supervisoras (ninguna es enfermera especialista). Olvido que existe la humildad y me pavoneo diciendo: “igual de irresponsables e ignorantes”. Y por último hago uso de mi egocentrismo: “Si yo, que me quemé las pestañas durante años, leyendo tratados de medicina y desvelándome por días enteros, en contadas ocasiones me llego a equivocar; contimas ustedes, que en su gran mayoría no tienen ni la preparatoria”. Llega mi jefe –médico y humano como su servidora- y bueno, se arma el agarrón. El paciente sobrevive, y nosotros sacamos los trapos al sol. 

¡Ah! Perdón. El post era contestar dos memes. Uno (el de Ross) hablar de 6 valores importantes y 6 valores que no son buenos, desde mi punto de vista. Y otro (el de W) 7 particularidades de mi persona. 

Conocí de frente y a todo color a W hace más de un año. Saber más allá de lo que se detecta al leer a alguien, es sólo posible con el trato frecuente y con la honestidad de actitud. Entre W y yo se logró. Somos almas afines, sin poses y sin finalidades secundarias. En pocas palabras, somos ¡Netas! 

A Ross la miré por vez primera también hace un año. Al principio no existió oportunidad de hablar y conocernos, estábamos en una reunión blogger donde acudieron muchos. Hace tres meses lo logramos. Algo atorado traía yo. Lo dije, y todo fluyó. Por un momento durante la plática sentí, que alguien ajusto de tal manera las cosas, para que yo escuchara su historia y ella la mía y descubriéramos que somos parecidas. 

Ahora ambas me dejan tarea. Tenía dos opciones: sacar mis demonios o colocarme a la defensiva. Opte por lo primero.
 

Dejo como defensiva los  siguientes puntos que por cierto, yo intento equilibrar ya que considero que es bueno tenerlos en dosis moderada. Acepto que en ocasiones no logro hacerlo con algunas personas:

- Orgullo
- Egoísmo

Invito a quien desee hacer los memes de la manera que más le agrade. 


*Fantomas. “Los niños del cielo”. Año XI, No 2-406. 27 Abril de 1979. Revista semanal. 



FIRMA: Un ser de este mundo.

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domingo, 16 de noviembre de 2008

OTRA DE ESCRITORES



"Un buen cuento debe
caminar siempre en dos planos: uno visible y otro invisible, si bien el
invisible debe verse también. De tal suerte que el lector no le dé mayor
importancia a ese segundo plano, los llamados indicios, y cuando llegue al
final, independientemente de sus características, pueda decir ¡sí es cierto!;
revise el cuento y entienda que su autor nunca lo engañó. El buen cuento es más
mágico que geométrico.
(Guillermo Samperio)
La cita era a las siete de la noche en la construcción de mármol blanco, que muestra su porte entre multitudes de carros y gente. Guillermo lo comentó dos semanas previas en la cafetería –donde terminamos cada jueves despues de leer cuentos– al chico del arete, al ingeniero con traje y a mi. Lo dijo así, sin puntualizar, como si se tratara de algo intrascendente: “El 21 de octubre a las siete, me harán un homenaje…por mi trayectoria, en Bellas Artes… mi hermana cantará…y bueno, ahí estaré, si gustan acudir”. No volvió a recordarnos nada.


La sala Manuel M. Ponce del palacio blanco se llenó en minutos. No tuve la precaución de mirar antes el programa y no me enteré que Ana Clavel estaría presente. Perdí la oportunidad de que me autografiara sus libros. Ahí sentada miré a lo lejos al hombre que jueves tras jueves, con paciencia, intenta enseñarnos a varios soñadores el arte de la escritura. Estaba cumpliendo sesenta años de vida y cuatro décadas de actividad literaria. También presentaba una recopilación más de sus cuentos. Ana Clavel, Silvia Molina, Hernán Lara Zavala y Víctor Roura; cada uno a turno y con estilo propio, hablaron del cómo conocieron a Guillermo, de la influencia literaria y personal del escritor y hombre en sus vidas.


Pastora Samperio, meso-soprano, cantó dos canciones del compositor William Samperio, padre de ella y de Guillermo. También Mercedes Hernández logró la atención de todos y por lo menos mi sorpresa. Conocida por su gran capacidad de contar cuentos, con su voz intensa y clara, nos trasladó a un vagón del metro de la ciudad de México, donde Samperio se dirigía hacia una cita con sus talleristas. Guillermo, sentado, leía cuentos de Cortázar. En la estación Pino Suarez cambió la dirección de su mirada. Una mujer esbelta, de pelo negro hasta los hombros y con un vestido color café, lo distrajo por completo. Todos los presentes logramos mirar las sandalias de esa mujer que veía Guillermo, eran de color beige; una de ellas, la derecha, tenía la correa un poco más larga que la izquierda; entonces caía hasta su talón, así…como despreocupada, como olvidada; la otra correa apretaba firme el tobillo de la chica. Las sandalias caminaron lentas para acercar a la mujer hacia un lugar vacio, entonces, se sentó. Cruzó las piernas, y la correa de la sandalia izquierda imitó a la derecha, y al hacerlo, acarició con lentitud el aquiles terso y delgado… (*Versión no literal; más bien versión amafaldada, perdón no recuerdo el texto exacto, lo que recuerdo son las imágenes).




Terminado el evento, conocí una de las terrazas del Palacio de Bellas Artes. En copas de vidrio tomamos vino blanco, y por supuesto, ¡fumamos! ¡Como se fuma con Samperio! Es de los míos, un vicioso sin remedio. Fotos, entrevistas…a él ¿eh? Descubrí solitaria a Ana Clavel, pedí permiso para una foto y con sencillez la concedió y me preguntó tambien mi nombre; ¿el por qué?, no lo sé. La mirada que lucía Guillermo Samperio esa noche, me recordó a la de Rodrigo, el primer niño que me besó en la primaria. Tenía una luz de triunfo con matices de melancolía.
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"Una historia valiosa es siempre buena
porque algo en ella se ha dicho hasta el más mínimo detalle, pero también porque
justo otro tanto se ha callado, no se ha descrito, por lo que al lector, y al
escritor, les queda espacio para reflexionar. Lo dicho es un entramado preciso
de capilares, venas y arterias...Lo imaginado es más importante -es la sangre
que por allí corre, hierve, revuelve, penetra todo, abastece las células del
cerebro, pero también aquellas, no menos importantes, de las yemas de los dedos.
Al igual que en el amor"...
(Goran Petrovic)
Perdí la primera edición en español de La mano de la buena fortuna. No logro recordar si presté el libro o de plano lo perdí. No es la primera vez que me sucede. He planeado mandar hacer un sello y dejar la huella del mismo en cada uno de mis libros. Mmm, sé que eso no curará mi distracción. Volví a comprar el libro, ahora la segunda edición y de paso lo re-leí. Hace una semana se lo presté (no aprendo ¿verdad?) al güero, que es uno de los pocos compañeros con los que comparto mi gusto por la lectura (además de Ale y Mara). Después del préstamo me llega la información de que Goran Petrovic presentaría un libro de cuentos. Mi Mano de la buena fortuna se quedó sin autógrafo.


Nunca he subido un video propio al blog. Intenté presentarles a Goran por video. Me hubiera gustado que escucharan su voz y el idioma serbio de sus labios. Como se darán cuenta no lo logré. Por el momento se los presento en fotos, y como soy bien necia, estoy segura que lograré hacerles llegar a sus oídos la voz de Petrovic, aunque sea en otra ocasión.


Hace algunos meses escribí un post relacionado con Goran. Conté una historia que me había sido contada por una amiga la cual a su vez, recibió la información de otra amiga; y esa otra amiga también conocía la historia por oídas. O sea, un verdadero teléfono descompuesto. Me llegó un consejo y, entonces, decidí esperar a tener la verdadera historia. Y así lo hice. Guardé el post y esperé.
La editorial independiente sexto piso, publica desde hace varios años textos de filosofía, literatura y reflexiones. Dubravka Suznjevic (Buba) es traductora de Milorad Pavic, escritor serbio perteneciente a sexto piso. Buba conocía las letras de Goran Petrovic ya que era uno de sus escritores favoritos así como lo era Pavic. Se dio a la tarea de traducir al castellano Atlas escrito por el cielo, el cual leía a sus amigos durante tertulias. Hizo lo mismo con La mano de la buena fortuna. Logró convencer a sexto piso de publicar a Goran y su buena fortuna está cruzando fronteras. La editorial sexto piso también se distribuye en España, allá también ya conocen a Goran.
Yo lo miré, escuche y toqué el 13 de noviembre del éste año. Presentó aquí en México D.F, en el museo de arte Carrillo Gil, el libro de cuentos que publicó allá en serbia en el 2006, llamado Diferencias.
José Gordon fue el encargado junto con Petrovic, de hablarnos acerca del libro. Dubravka Suznjevic, tradujo para todos los presentes que llenamos el lugar las palabras del escritor, y viceversa. Así es que él entendió todo lo que le preguntábamos y decíamos. La actriz Sophie Alexander leyó un fragmento de uno de los cuentos de "Diferencias", el llamado Encima de las cinco macetas desgastadas.




A pregunta expresa de José Gordon acerca de que si su escritura era realidad o ficción, Goran contestó:
…no estoy seguro en forma completa, donde está la diferencia entre el mundo de la realidad y el mundo de la ficción. Casi todo lo que yo he escrito, he intentado, me he esforzado, en escribirlo desde el borde entre esos dos mundos".
¿Hay música en un tus relatos? Le preguntó José Gordon a Goran:
…cuando estoy escribiendo, siempre escucho algo de música expresamente relacionada con lo que estoy escribiendo. Pienso que la música me da las dimensiones desde dentro. Lo mismo pasa con la literatura. Sólo que la literatura, es un poco menos universal que la música.
...me han comentado que existe un reproche hacia la prosa que yo escribo. Que tiene demasiados detalles. Puede ser que sea así, estoy de acuerdo. Yo tengo dos pasiones cuando se trata de prosa. Yo creo que es importante devolverle la importancia a los detalles. Empezamos nosotros a globalizar y a generalizar demasiado. Nuestra comunicación hoy en día, parece más a intercambio de informaciones, y al menos al escribir en prosa puedo dedicarme a los detalles. En estos tiempos es importante devolver la fe a las palabras, volver la atención a los detalles”.
¿En qué momento Goran Petrovic se sabe y se siente escritor? Pregunta José Gordon:
“"Mucho tiempo pensé que me dedicaría a otra cosa. Incluso ya había escrito tres libros y yo no me veía escritor, ni mucho menos me sentía escritor. A la publicación del cuarto, me dije: “¡Hombre, pues soy escritor!””.


Terminó la presentación e inició la firma de libros. Las fotos. Fui la única audaz que se atrevió a abrazarlo para la foto. Buba también firmó mis libros. Sospecho que acudirá a la FIL en Guadalajara, pero por lo pronto me comentó Dubravka que lo llevaría a conocer Oaxaca.

Es curioso, tanto a Samperio como a Goran les gusta y disfrutan de las letras de Cortázar. És probable que Guillermo acuda a la FIL de Guadalajara. Ojalá se conozcan.
Sus prosas son diferentes, las dos me gustan y las disfruto. Cada día me queda claro que lineamientos para escribir podrán existir, pero es la individualidad, la personalidad y la madurez de las letras, lo que define a un escritor, sea del genero literario que sea.
FIRMA: Un ser de este mundo








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sábado, 8 de noviembre de 2008

BUSCANDO MI PROPIO ESTILO







“Quien no sabe tocar un piano se asombra de lo que es capaz un pianista. Pero el pianista tampoco lo ha sabido desde el principio, así, sin más. Se ha ejercitado muchos, muchos años. Con un escritor pasa lo mismo.”

Michael Ende







En la búsqueda de mi propio estilo narrativo, salen cosas como esto. Espero les guste.

Mafalda






Moby Dick (el cuento)
Por Mafalda


No deseo asombrarte, pero estoy segura que así será. Antes que cualquier otra cosa me presentaré: mi primer nombre es Cecilia. El jueves es el día perfecto para conocerme, por eso te recomiendo estimado(a) lector(a) que leas este relato cualquier jueves. También te sugiero que no sea cercano a la media noche, ya que si el viernes asoma antes de terminar la narración, no lograrás verme; no todas las personas tienen el don de la invisibilidad como yo. Te invito a no perderme de vista. Con lo que respecta a mi segundo nombre, el cual conocerás más adelante, te puedo anticipar que define mi temperamento, aunque no es esa la causa principal de ser llamada de esa otra forma.
Desde hace tiempo le tengo admiración y aprecio a Manolo, quien llegó a la ciudad de Morelia para estudiar biblioteconomía y archivonomía en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Su alma acústica lograba llenar de ritmo cualquier silencio que permaneciera entre dos ruidos; era muy popular dentro y fuera de las aulas. Olvidaba decirles que yo junto con Manolo vivíamos en el mismo cuento. También podría decirles que fui la protagonista principal pero, ¿quién soy para definir el personaje más importante del cuento, si yo no lo escribí?
Manolo creía y platicaba acerca de que todo era música y tonalidad. Decía que cuando somos niños capturamos las escenas del pensamiento y, en un instante, ya estamos corriendo entre la maleza de la selva amazónica; en un pestañeo volamos piloteando una avioneta; en un suspiro nos encontramos en guerra con el enemigo. Se sabe –enfatizaba- que a cierta edad aparece un arco iris tatuando el ombligo: es la clásica señal de bajos niveles de armonía que van ligados al imberbe calor humano. Nadie muestra su arco iris y eso no quiere decir que no exista. La pasión de Manolo era tener diálogos intensos acerca de la musicalidad de los pensamientos, de las enormes habitaciones donde había interacción de ideas y recuerdos, y del cómo, echando mano de la música, se lograban evocar ciertas imágenes. Por las mañanas, Miles Davis era su desayuno, la cena consistía en acordes melancólicos del saxofón de John Coltrane. “Voy a comerme algunas imágenes” decía en ocasiones, y se escapaba a solas hacia un lugar mágico, cargando en la espalda una mochila pequeña, donde metía una botella de agua, unas galletas, y una chamarra color naranja, sin olvidar el ipod, su biblioteca de acetatos.
Cuitzeo del Porvenir se llamaba el pueblo con magia. Manolo nos mostraba fotos de una laguna misteriosa, que se comía el sol de un sólo trago, teniendo como mudos testigos a las montañas. Decía que ese lugar era uno de los bordes de la tierra. La primera vez que le escuchamos hablar acerca de eso no le creímos, hasta que nos enseñó las fotos de la laguna con aspecto de cristal pulido reflejando un atardecer.
Cuando Manolo llegó a Morelia, rentó una casa en el centro de la ciudad colonial, localizada a dos cuadras de la universidad. Eligió, como dormitorio, la habitación con ventana que daba hacia el callejón, a través de la cual lograba ver las macetas con gardenias de la puerta de entrada de los vecinos. Desde el primer día percibió el olor a pan recién horneado, a tortilla dorada en aceite, a chocolate batido en leche, a frijoles refritos, filtrándose por la ventana. Los muebles rústicos de la casa tenían un aspecto desgastado. Había tres baños con tinas antiguas, y con huellas de nunca haber sido usados. Los libreros en el estudio tapizaban las paredes, y los libros eran de esos que no se leen: gruesos e interminables. Manolo retiró las cortinas, y en su lugar pegó con cinta adhesiva papel periódico. De una maleta sacó un viejo tornamesa y lo acomodó en el escritorio del estudio; en el fondo de una bolsa de lona cargaba la música en acetatos, que también dispuso como pudo en el escritorio. Antes que él, una mujer fumadora había habitado la casa por años, y quedó suspendido para siempre el último aroma, del último cigarro que se fumó. A Manolo no le molestaba oler la despedida de la anterior inquilina, porque la sensación de visita y compañía continua lo envolvían en el momento que percataba los efluvios percudidos que la joven dejó como estigma.
El pelo de Manolo no tenía control, después del inútil intento de lucir la raya de lado, metía en su cabeza ovoide gorras tejidas de diferentes colores. La barba en candado le sentaba bien, era armoniosa: con el desgano en su atuendo y el mirar melancólico. Me entretenía observar a Manolo, con los audífonos metidos hasta el fondo de las orejas, y flotando al ritmo de My old flame.
Nos reuníamos los jueves por la noche en su casa, Carmela preparaba café con un toque personal de filtrado y presión, que ninguno logró igualar. Amparito era la asignada de llevar el pan de huevo; Roberto y Marcelo las botellas de vino o de tequila; Agustín y yo, nuestra presencia. Manolo conectaba el tocadiscos y el sonido de jazz, blues y rock flotaba en el ambiente durante las tertulias. Roberto coleccionaba fotografías en blanco y negro, de paisajes, de edificios, de él. Una de las fotos donde aparezco yo ganó un concurso, la titulamos Moby Dick, por cierto, ése, Moby Dick es mi segundo nombre. Creo recordar que fue un miércoles cuando Agustín me tomó esa foto. Para que la cámara fotográfica me conociera, tuvieron que suceder algunas cosas.
II

Un jueves oscuro, de esos que trasmiten pero que parecería que no transitan, escuchábamos A love supreme, de John Coltrane.
- Ayer encontré un recuerdo mal acomodado, le limpié el óxido. Se trataba de un anillo, unos ojos capuchinos me lo dieron como recompensa a mi primer beso. Estaba en la bolsa de un viejo pantalón parchado –Manolo rompió nuestra atención a la música. Para aclararse la garganta tragó de un sorbo el tequila de su vaso, después chupó el limón sin hacer ninguna mueca.
- Mejor platicamos de la película que me prestaron –sugirió Roberto antes de que Manolo lograra continuar –se llama Cinema paradiso , me sentí identificado cuando Fredo le dice a Toto “Desde hoy, ya no quiero oírte hablar; ahora, quiero oír hablar de ti”. Manolo sonrió irónico para sí mismo, se sintió aludido. Acercó la botella de tequila y se sirvió más.
-¡¿Identificado?!, ¿y eso, por qué? –preguntó Amparito.
- Por lo menos, yo, siento que lo único que hacen ustedes los jueves, es oír acerca de mis fotos, de mis películas, de lo bien que cocino, de los labios carnosos de Angeline Jolie…
- De mis sueños locos, jajajá –le interrumpió Manolo.
- De lo rico que besa Marcelo –terció Carmela. Todos festejaron el comentario, y Marcelo se irguió de inmediato.
- ¿Qué sugieren? Nos conocemos tanto que corremos el riesgo de formar parte de esos libros gruesos y empolvados que nadie lee –puntualizó Manolo.
- Sugiero que invitemos una persona nueva a nuestras reuniones –dijo Marcelo.
- ¿Alguien de la universidad? –torció la boca Carmela-. No tienen ni una décima de imaginación. Y ni se te ocurra, Marcelo, invitar a la del cerebro involucionado con piernas largas.
- ¡Vaya! Dime entonces, ¡¿a quién?!
- Mmmm, se me ocurre…¡Al lector de éste cuento!
- Interesante tu propuesta, Carmela –dijo sonriendo Manolo-. No le encuentro ningún problema ya que lo tenemos aquí, atento e interesado en nosotros.
- Dime, Carmela, tú tan sesuda, ¿y cómo lo vamos a traer?, ¿hombre o mujer?, ¿y si no es uno, sino varios los que leen este cuento? –mencionó Marcelo.
- Es fácil, no se compliquen –dijo Roberto, al tiempo que su mirada se dirigía hacía el más callado que, desde la penumbra, en un viejo sillón estaba atento a todo-. Agustín, tú serás el indicado para encontrar, elegir y traer al nuevo integrante. ¿Quién mejor que un editor para elegir un adecuado lector?
- Muy buena idea –dijo Amparito-. Me comprometo a verificar que sea un lector y no uno de nosotros.
III

El jueves que llegué por primera vez hacía frío. Agustín y yo entramos al estudio de la casa de Manolo; Amparito corrió al baño del primer piso. Todos me observaban atentos y callados. Entendí que esperaban a la mujer menuda que fue por algo. Regresó con un espejo en mano. Amparito lo acercó a mi rostro y expió con atención por uno de los extremos. Al no mirar mi reflejo sonrió satisfecha.
-¡Es lectora! –les confirmó a todos.
-¿Cómo te llamas?
- ¿Sabes nadar?
- ¿Te gustan las películas de terror?
- ¿Duermes con la lámpara del buró encendida?
- ¡Basta! ¡Silencio!, la van a asustar –dijo Manolo. Callaron a un mismo tiempo. Sus miradas recorrían cada lugar del espacio que mi cuerpo ocupaba. Me sentía extraña, aunque la inquietud y la incertidumbre de entrar a un cuento por vez primera, las superé rápido.
- No creí ser la elegida –por fin dije, y me senté en el suelo con las piernas en loto al centro de la sala-. Me gusta mirarlos, me divierte cuando Roberto narra las películas. Las imágenes que se forman con los acordes de Bob Dylan, de Joni Mitchell, transforman por completo el cuerpo de Manolo –el aludido clavó su mirada intensa primero en mi rostro, y después en mis pechos, y ahí se quedaron fijos.
-¿Es la primera ocasión que lees nuestro cuento? –dijo Marcelo.
- No, lo he leído varias veces. Me intriga el porqué Manolo es tan musical y diferente, entonces eso me motiva a leerlo de nuevo, y, cada vez que lo hago, me encuentro distintas imágenes y variaciones musicales –Todos miraron a Manolo, quien cerró los ojos para ocultar sensaciones y se puso de pie.
- Bueno, pues estás en tu cuento, disfruta y conoce –Manolo no logró articular otras palabras. Se sirvió más tequila, y se entretuvo poniendo y quitando acetato tras acetato. Cada vez que cambiaba de disco, yo lo volteaba a mirar. Su pecho fuerte se movía al compás del blues de Muddy Waters. Roberto me mostró su colección de fotos; cada una era explicada con entusiasmo. All I want empezó a sonar, y con discreción observé el deseo de Manolo. Estaba de perfil. Era como si la voz de la Mitchell se uniera al instante ya maduro de su sexo. El pantalón definía de manera adecuada sus nalgas duras. El volumen anterior se percibía grande.
- Tengo curiosidad de saber cuál fue la motivación de Agustín para elegirte a ti, Cecilia, y no a otra persona –mencionó Carmela. Yo sólo me encogí de hombros, tampoco lo sabía. Le preguntaron por fin a Agustín un jueves que yo no acudí a la casa de Manolo. Lo que menos se imaginaban era que Agustín les contaría que yo conocí a Francisco Rivera, el autor del cuento donde todos ellos vivían.
-¿Cómo es eso? –dijo Amparito -¡Cuenta, cuenta!
IV

De cuando Cecilia conoció al autor del cuento...
“Me dijo que ella siempre ha sido curiosa y coqueta. Ese día estaba sin un peso en la bolsa y con mucha hambre. Era costumbre que cuatro o cinco días previos a la quincena, no contara con algún clavo. Y tampoco le resultaba raro el ayuno forzado. Cecilia caminaba sobre la avenida Álvaro Obregón, cuando vio a jóvenes y gente madura con vasos de plástico en la mano, por fuera de la librería “Buena fuente”. El anuncio de una presentación de un libro llamó su atención, no por el título de éste, ya que lo conocía, sino por la foto del autor, con la cual no contaba su edición. Con mirada traviesa me dijo que a lo mejor yo la tacharía de rara, aunque de todas formas me confesó que le gustó la circunferencia casi perfecta de la cabeza del escritor. También le agradaron los hoyuelos de sus mejillas, ya que le conferían una sonrisa franca y abierta. Un mesero se le acercó, ofreciéndole vino tinto y bocadillos, que lograron calmar la sensación de vacío en su estómago. Francisco Rivera estaba contento de presentar la segunda edición de su libro de cuentos -bueno eso es lo que ella concluyó- ya que lo miraba eufórico. Luego se acercó más a él para observarlo mejor. Cecilia descubrió que Francisco Rivera también era coqueto como ella, ya que sin perder tiempo, estiró la mano y se presentó guiñándole un ojo. De pronto alguien le hizo las siguientes preguntas: ¿Es verdad que el cuento Moby Dick te fue dictado desde el más allá?, ¿qué todos los personajes desaparecieron porque no lograste capturar la idea a tiempo? Cecilia me dijo que lo que más le impresionó fue que Francisco Rivera dijera que sí, que la genialidad que le dicta y guía su mano, un día se enojo con él y se comió algunas de sus narraciones. En ese momento intervino Cecilia, diciéndole que estaba equivocado. Les habló acerca de todos ustedes: de tu música, Manolo; de tus fotos y películas, Roberto; de la adecuada técnica del beso con la que cuentas tú, Marcelo; de tu dedicación y curiosidad, Amparito; y de tu aroma a café, Carmela. Entonces Francisco Rivera le dijo: ¡Vaya, resultaste con más imaginación que yo!”.
- Fue el momento en que supe que Cecilia era la elegida –concluyó Agustín. Para cuando terminó de explicarles, ninguno deseaba estar atento. Carmela fue hacia la cocina a preparar más café, Manolo se colocó sus audífonos, Roberto de plano se despidió y abandonó la reunión. El ambiente pesaba de infinita ausencia.
V

Un martes llegué a la casa de Manolo. Cuando abrió la puerta se puso nervioso. Me invito a pasar.
- ¡Vaya! Perdí el reloj y no se qué hora es. A lo mejor, no tardan en llegar lo otros.
- Hoy es martes, así que no creo que vengan –le sonreí-. Vine con la intención de compartir algo contigo –le ofrecí el disco de Led Zeppelín, que incluía la canción Moby Dick. Note que le brilló la mirada. Sacó de uno de los muebles viejos una grabadora y puso a girar el CD.
- John Bonham y su solo de batería es lo que me gusta de esta canción –me dijo ruborizado.
- Pedí a Agustín que me llevara a conocer tu laguna. No me arrepentí, impresiona y asusta...
- Así es. Experimentas la orfandad más impresionante; caes al fondo de la soledad. Intentas capturar todo el paisaje, pero no puedes abarcarlo, sólo logras llevártelo en pedazos, en imágenes mentales o en fotos. A Moby Dick, la asocio con mi laguna, porque es grande como la ballena de Melville. Tan grande que nadie puede verla en su totalidad.
- Mira, Manolo, Agustín me tomó una foto en tu laguna, me gustaría que se la des a Roberto –miró varios minutos la imagen. Sentado frente a mí, repasó con la mirada mis labios. Sentí como sus dedos marcaban los bordes de mi boca. Su índice recibió una caricia de mi lengua. Acercó su boca a mi cuello y, como pintor experto, lo dibujó con su deseo. Fue tirando poco a poco de la ropa que me cubría. En ningún momento dejó de cantar, y cuando el vaivén de su cuerpo sobre el mío nos sorprendió a los dos, pude ser capaz de ver y percibir.
VI

Lo que no sabe el lector -porque Cecilia no lo ha revelado-, es que desde que conoció al editor Agustín Castro en la presentación del libro de Francisco Rivera, no dejó de salir con él. Ahora viven juntos. Cada jueves leen a la par el cuento Moby Dick y Cecilia lo hace a solas los martes.
FIN
FIRMA: Un ser de este mundo
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