lunes, 19 de noviembre de 2007

RECUPERANDO EL EGOISMO EN PEDAZOS






Tal vez por eso estamos tan muertos y al mismo tiempo tan vivos, porque cada anochecer nos aniquila y nos redime el alba. Lo mejor de todo esto es que he descubierto -con grato sabor a felicidad- que aún permanece intacta mi entrañable capacidad de asombro, de la mano de mi absurda valentía.

Sí, es absurda, no le encuentro sentido a esa rara necedad de permanecer en este lugar, donde por momentos me embarga la duda y el desconcierto. Permanecer en el camino, despertar por las mañanas y subirme al camión que atraviesa las veinticuatro horas del día, con el peso cargado sobre mis hombros, realizando sola el recorrido de la vida. Así, en un subir y bajar he permanecido desde el 31 de marzo. Ese día murió alguien y nació algo. Ya no puedo ser la misma después de descubrir el verdadero valor que le dan la mayoría de las personas a eso que llamamos “verdad”.

Se detuvo el tiempo ese último día de Marzo. Me he internado aún más en mi misma; todo ha transcurrido en cámara lenta. Hace unas semanas, logré salir de mi encierro voluntario a fuerza de grito interno y de rabia contenida. Mis viajes hacia la Huasteca Potosina y después a Cancún Quintana Roo, me fortalecieron.

Lo cercano y lo alejado resultaron ser de una extraña manera dos puntos de unión determinados por un teclado de computadora. Las conocí leyéndolas y tecleándoles comentarios. Ahora, tengo el conocimiento de la cercanía física, las miré a los ojos, las abracé; compartí charlas y cervezas en la calidez de la playa y caminé con ellas. Curiosidad que se desbordó en confirmación de mis expectativas. Angeek y Juana Gallo son lo que imaginé. Angeek es una Dama en toda la extensión de la palabra. "Para Mafalda yo era como Elena Poniatowska", menciona Angeek. Lo eres mi Dama eso lo corroboré; portas el conocimiento en la mirada y en la piel. Fumadora empedernida, como su servidora, y con una biografía envidiable en amplitud y experiencias. Juana Gallo, en su menudez, esconde una fuerza envidiable, su huella pequeña la ha plasmado en tierras lejanas y su esencia profunda de mujer tatuó corazones.

Juana, me has hecho comprender que si no nos enfrentamos a nuestros fantasmas, estos nos perseguirán. Juntas, Angeek y Juana golpearon mi realidad; mostraron cuán árida he permanecido durante tantos años. Ambas mujeres extraordinarias han vivido con pasión; a su lado mi vida se muestra tan plana, que me avergüenza seguir en el mismo cauce. "Di lo que sientes Mafalda", me dice Juana; "escribe sin huir, cuéntanos tu historia".






La historia que contaré le viene bien a muchos y también a aquellos que, a sabiendas de lo doloroso que es vivir, aún así, se arriesgan a todo.
Tengo pocas fotografías de él, las miro tanto que incluso he descubierto gestos que desconocía. Leo su mirada en forma constante para intentar descifrar ese desamor que habitaba y que nunca logré descubrir. Yo que he practicado el idioma de la mirada (idioma que he bautizado con el nombre de tangencial) no logré o tal vez no quise advertir la verdad durante nueve años. Por momentos escondo enojada las fotos; abro mi cajón con chapa y las arrincono en lo más profundo, allá en el fondo, antes que me pierda en sus ojos. Llega a mis oídos el recuerdo de su voz y me escondo en cualquier lugar a solas: escribo cualquier cosa para huir de la realidad. Ha sido inútil, porque la realidad se impone grosera y burlona en cada frase, en cada palabra.

Dicen que escribir es un ejercicio de alquimia, que consiste en alterar los recuerdos para confundir la realidad que los inspiró. Como te darás cuenta, amor, a mí no me funciona, aún así apareces escondido, apareces entre líneas o simplemente apareces. Yo me limito inútilmente a hacerte un lado, a mirarte con el rabillo del ojo y fingir que no pasa nada, que no me duele. La soledad, sin embargo, nos sitúa frente a nosotros mismos, entonces, sentada a solas en mí eterna cafetería, con un cigarrillo en la mano, entiendo que no debo obligarme a cargar con tanto deseo que no se cumple y que sólo muele mis huesos.
Existen misterios en esta vida tan cerrados que el cerebro humano no logra meterles uña; uno es la sustancia de que están hechas las ideas, otra más es la magia sensorial provocada al admirar un arco iris, pero ninguno tan asombroso como el de la felicidad, ese vicio del humano de colocar su dicha entera en manos de un semejante. Ese vicio también de dedicar años y más años para lograr que, ese semejante, te conozca; sin tener la precaución de conocerte antes a ti misma. Pero lo peor llega después, cuando esa persona sabe todo de ti, ya no eres un misterio para él, ya no hay sorpresa y, entonces, no sabe manejar la rutina. Sí, así es la rutina, esa vieja infeliz que llega y se aplasta a un lado; se convierte en baba putrefacta. Por último, el semejante, que ya sabe todo de ti, desaparece; se va a descubrir otros misterios, con el hambre insasiable de un lobo, llevándose entre las patas tus sentimientos.

"Tú qué sentías cuando lo abrazabas, Mafalda", me pregunta Juana; ""Existían momentos en que él se acunaba en mi pecho, mencionando:“qué bien se está aquí, que tranquilidad”", le contesto; "¡No, no, Mafalda! yo quiero saber lo que sentías tú", me insiste Juana; "Una felicidad que aún no logro descifrar", le respondo; "Eso es lo que importa, lo que tú sientes, de hoy en adelante lo más importante eres tú y solamente tú; si él ya no te ama más, eso no importa, importa lo que tú sientes, sólo eso". Amiga Juanita, qué gracioso es descubrir que las mayores crisis surgen por lo que se tiene, más que por lo que se es, aunque con demasiada frecuencia se confunde el tener y el ser.


Miren esa arena blanca, fina por la que caminaron mis pies cansados. Allí en ese lugar hermoso, conocí a dos mujeres maravillosas, además reconocí mi falta de amor propio, la dosis inapropiada de egoísmo equilibrado que perdí durante nueve largos años, depositándolo en un semejante que nunca adivinó qué hacer con esas dos grandes cosas. Pensarás amor que es mentira, que yo tuve una actitud egoísta hace algunos años; cuánto reproche por el TERROR que me invadió, ese miedo de repetir la historia de mi madre.

Mi trabajo consiste ahora en alimentar y aumentar la dosis de egoísmo; no me interesa otra cosa más por el momento.

“A mi me gustas así, como estás, como eres, con tu longuita. Yo sería capaz de casarme contigo”.  Este piropo lo recibí hace unas semanas. NADIE le hace ningún favor a Mafalda por fijarse en ella. Yo he sido y sería capaz de decile a tantos que no, que no me casaría con ellos.

Sí, así soy, medio llenita y compacta pero bien locuaz, chingona, trabajadora y necia. No ando buscando, ni necesito, ultimas oportunidades, ni mucho menos ser parte de las mismas. No quiero aferrarme -a ciegas- a alguien para no recordar, para no sufrir, para no estar sola. Sé estar sola! Ahora tengo que recuperar el gusto y el disfrute de mi soledad.

Seguiré expresando mis sentimientos, podría hacerlo de esta forma o con historias donde aparezcas tú; o no contar nada durante meses. Y, tal vez un día deje de doler el alma, esa que me robaste y que anda, sin razón, extraviada quién sabe dónde.  Si la encuentras, ¿me la envías por favor?



“Dolor jovial de perder
las cosas idolatradas.
Dolor que cuesta la vida
a veces,
y a veces no cuesta nada.
Le dije una vez: te quiero,
como nunca lo había dicho
ni le volveré a decir.
Le dije desesperado
porque sabía que muy pronto
otro se lo iba a decir.
Le dije desesperado,
más no me he de arrepentir.
La quise tanto, la quise
porque llevaba en los ojos
una brizna de infinito,
por sus cabellos castaños,
por su boca
bárbaramente desnuda
la quise, la quise tanto….
Más la quería tanta gente
a la vez,
que me dije: no es plausible
el ofrecer
si la quiere tanta gente-
cosas que no ha menester.
Pensé matarme myself
entonces,
más no lo hice, porque
me pregunté ¿y para qué?
Abismado en el dolor
me dejé crecer las barbas
porque ese límpido amor
gustaba reírse de ellas,
que las barbas fueron siempre
-dicen- solaz de doncellas.
Dolor jovial de perder…

“Romance del perdidoso”
(Renato Leduc)






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