jueves, 25 de agosto de 2016

25.08.2016...









Muchos años asocié café-cigarrillos-lectura-escritura. Cuando alguno de estos aspectos faltaba, no había adecuación y se rompía el vínculo. Durante mis años de estudiante y residencia médica podía pasar horas estudiando, memorizando. Desvelada y sin dormir, «muchas ocasiones más de 24 horas» mis muletillas eran el café y los cigarros. Tuve varias anécdotas: una de ellas fue tirar las cenizas en una bolsa de papas fritas vacía la cual tuvo a mal levantar mi R3 y sacudírsela dentro de la boca, esperando las sobras de sabritas lo que le cayó directo en el hocico fueron las colillas y la negrura de los despojos de alquitrán, eso me costó una guardia de castigo. Fumé mucho y muchos años, como si tuviera un hijo en la cárcel. Hubo un novio que, como piropo original prometió que nunca me reprocharía o diría algo acerca de mi fumadera, imaginen cómo era la cosa que llegó el momento que olvidó su juramento y un día me aconsejó cariñosamente: "deja ya el pinche cigarro, te va a matar, chingao".  A lo mejor llegó a quererme un poquito y le entró la preocupación al pobre, ¡sepa la fregada! Pero yo no tenía entendederas. Los adictos al tabaco saben eso de despertar y de inmediato sentir la abstinencia e ir a saciarla. Cualquier pretexto es bueno para sahumar una cajetilla entera de Marlboro Light, ah, porque las últimas experiencias en quemar tabaco fueron con ligeros, ¿eh? Aunque debo confesarles que en mi primer año de especialidad, fumé hasta Delicados, durante la guardia se terminaba el abastecimiento «los tres residentes que cuidábamos el piso de medicina interna éramos auténticas locomotoras» y en la madrugada no había tienda cercana para comprar, sólo un carrito de dulces por fuera de la entrada de urgencias y nada más vendía cigarrillos para gargantas intensas. Siempre me disculpaba a mí misma con el pretexto del ejercicio: iba a clases de aerobics, incluso hice spinning, ah, y luego le entré a la natación. De nada sirve fumar y ejercitarse, pero así nos engañamos muchos. Y entonces que llega el día del juicio final: la creación del onceavo mandamiento ¡No fumaras! Cayó la maldición a nosotros los viciosos. "Prohibido fumar en lugares públicos" anunciaban letreros enemigos por todos lados. ¡Vaya sufrimiento! Los no fumadores nos habían declarado la guerra. En mi caso fue una época complicada, cargaba el síndrome de abstinencia todo el méndigo día. Anécdotas simpáticas sucedieron: caída fuera de un restaurante por salir a fumar a la calle; en una guardia nocturna huir como delincuente, perseguida por un vigilante del hospital que gritaba: "no se puede fumar en las escaleras de emergencia"; peregrinaje largo con mis amigas en la búsqueda de un café donde yo pudiera fumar y después de ir y venir entre avenidas y calles, no encontrar lugar disponible porque el sitio de fumadores estaba atiborrado. Debo reconocer que el ansia de la abstinencia de a poco fue abandonándome. La restricción provocó que la cajetilla se vaciara lento. Luego llegaron las enfermedades. Una de ellas logró el milagro. 'El miedo no anda en burro', entonces dejé el tabaco de tajo, algunas caídas con poca duración. Durante los viajes caigo en el antojo de uno o dos pitillos logrando la continuidad de la abstinencia sin ningún esfuerzo. Mentiría si les digo que no se me antoja. Antes en momentos de angustia e infinita tristeza, acudía a los golpes de cigarro para disque tranquilizarme. El último evento de estrés y tristeza límite que tuve hace pocos meses no me hizo caer. Creo, sin temor a equivocarme, que voy bien. Espero seguir así. Comencé diciendo que la asociación café-cigarrillos-lectura-escritura, era para mí un vínculo necesario; reconozco que hoy por hoy me cuesta estarme quieta en una cafetería o en la computadora para escribir por horas, algo me falta entre los dedos, la resaca de humo y letras ya no están presentes. Para leer no tengo conflicto, para escribir...complicado. 

Se acercaba el 21 de marzo del 2016, me había inscrito al medio maratón del Rock and Roll; un reto nuevo y la inquietud a flor de piel. El running me ha ayudado mucho a desfogar la inquietud, lo que hacía el tabaco ahora lo hacen los kilómetros. Cuando corro, al día siguiente mi cabecita loca tiene que trenzar raíces, lustrar troncos y deshojar ideas. Pero los retos nuevos son mejores, porque generan pompas de jabón en cantidades considerables. Ahora busco tiempo para llenar vacíos, a veces lo tengo y otras muchas no.
Sigo tomando café, leo y escribo, mi nuevo vicio es más caro, «el que diga que el running es gratis miente» pero es mil veces más gratificante y sano...

DOM

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