lunes, 29 de abril de 2013

Larga espera...






Desde que tengo uso de razón veo mujeres desesperadas por encontrar un hombre que las lleve al altar. Las hay de todo tipo: desde las que lo niegan de manera rotunda y, andan por la vida, escondiendo ansia y desasosiego: en tertulias intelectuales o discursos que por momentos rayan en feminismo; hasta las que de plano se muestran tal cual: ansiosas, pagando un desplegado de periódico o de revista, con la esperanza de que caiga un tipo estilo: 

“Huyendo del frío busqué en las rebajas de enero
y hallé una morena bajita que no estaba mal,
cansada de tanto esperar el amor verdadero
le dio por poner un anuncio en la prensa local.
"Absténganse brutos y obsesos en busca de orgasmo",
no soy dado a tales excesos, así que escribí,
"Te puedo dar todo -añadía- excepto entusiasmo",
nos vimos tres veces, la cuarta se vino a dormir”.

Y lo más actual y gratuito: el ciberespacio; lugar incógnito, donde la mentira y la pose en ocasiones (contadas), logran cosechas interesantes.

Mi madre y mi tía, profundas conocedoras del lamento femenino y del terror estigmatizante del “quedaismo” (lo vieron en sus primas), dicen que ahora las muchachitas están peor que en sus tiempos. Van y buscan al hombre, lo hostigan, le meten calor hasta que llega el chamuscón y “chipote chillón”. Cuando llegan a adultas y no han logrado casarse, asegura rotunda mi tía, empiezan de entrometidas con los casados. Otras agarran lo primero que cae, aunque les toque ser el sostén de la casa.  Y bueno, remata mi madre, ahora hacen cualquier cosa, todo, con tal de no ser quedadas. 

El “quedaismo” , desde tiempos remotos, ha tenido un grado tal de rechazo y miedo, que incluso provoca que muchas digan: primero muerta que estigmatizada por quedada. Y entonces, van por los caminos de la búsqueda denotando sus aptitudes para que las detecte un buen postor (en el ciberespacio o en el periódico):  buena cocinera,  gatita y leona en la cama, poliglota, refinada, de labios sensuales, sexy derrier, tetas rígidas.  No importa que todas esas supuestas cualidades sean falsas. Y cuidado y detecten a alguien en esos menesteres de competencia iguales a los suyos porque, de inmediato, rompen todo tipo de reglas y se van directo al desgreñe.

Qué podría decir en defensa de las que estamos en medio, esas que ni publicamos nuestras tetas, ni negamos rotundamente desear encontrar el amor. Sólo que, por momentos, sentimos pena ajena de ver jalones de pelos y desfiguros entre nuestras congéneres. Y, en lo personal, me mata de risa descubrir ese tipo de espectáculo, parecido a exhibicionismo de ganado en venta.

Por qué será que la gran mayoría somos tan humanos con lo que respecta a la soledad. Por momentos envidio a los que han logrado moldear su carácter de tal manera que el orgullo sea su componente principal, poniendo en el mínimo exponencial los deseos. Esos personajes equilibrados que han dejado en paz el cosquilleo curioso de la búsqueda porque ya probaron y encontraron el punto máximo, y sólo les resta admirar y disfrutar el arte y las bellezas que nos regala la naturaleza; esos seres que hacen de su soledad un lugar misterioso y sagrado. Caray, cómo los envidio. 

Mientras tanto y en espera del amor, más no necesariamente del matrimonio, me gustaría encontrar ese cuerpo del cual extraer letras, melodías; esa piel que se mezcle con la mía. Si ese encuentro no llega, espero la tranquilidad egoísta y auténtica de la soledad, enriquecida de arte y misterio.



<<Todo amor que va precedido de una larga espera —y tal vez ni siquiera pueda llamarse amor lo que no se haya purificado en el fuego de la espera— confía en un milagro de la otra persona y de sí mismo.>>
Sándor Márai.


Foto de:   Richard Spurdens





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