domingo, 6 de octubre de 2013

Huir, mi mejor estrategia...








Si hubiera tenido una hija rogaría que no estudiara medicina: una carrera contra el tiempo y la vida.
Estuve muchos años perdida en el encierro y del mundo. Allá afuera había un misterio, un universo que debía explorar a detalle, así como mi cuerpo.  Y me lo perdí entero.
Hace unas semanas he revivido cada detalle de mi adolescencia y me ha entrado un dolor intenso en el alma. No me arrepiento de lo que soy en este momento ni mucho menos de lo que he logrado. Lo que me entristece es lo que me he perdido, que es mucho. Sumado a todo esto está mi entorno limitado en libertades de ser. Tuve una ventaja, mi imaginación sin límite, la cual utilizo hasta la actualidad para crear mundos, imágenes, situaciones, escenarios.

Mi situación y escenario real no pintaba nada bien para que yo lograra lo que soy en la actualidad. Estuve a punto de ser una adolescente perdida en la nada y alguien me salvó. Para mamá y hermanos, esto de lograr ser profesionistas es un galardón hermoso que nos gusta disfrutar sin perder el piso. Somos y tenemos con orgullo y esfuerzo.

Es por todo eso que cuando conozco personas que tuvieron una infancia bella, sin inconvenientes, con posibilidades extensas y que intentan sacar ventaja de mi, tomo el avión y huyo. Después, en terreno amigo, volteo y analizo.  No puedo dejar el recuento de los hechos a un lado, la base científica me hizo médica. Sé que los sentimientos no se valoran como las cosas materiales, aún así me doy a la tarea de pensarlos. Me hubiera gustado tener un carácter anti-crimen, anti-abatimiento, anti-dolor, anti-cabrones. Lo malo es que soy puro sentimiento. Aún así he tenido la fuerza para sortear pendejadas, crueldades, accidentes, infortunios, pérdidas y soledades.
Me brindo con facilidad, me engañan con rapidez. Desde hace algunos años (después de una experiencia de aguante y negación), en cuanto descubro la mentira o el peligro, gano el maratón a punta de zapatazos.

Me falta tanto para entender el mundo y cuento con tan poco tiempo para hacerlo. Me esfuerzo para no perder la fe en la humanidad, para creer en las personas. Pero me he topado con experiencias que hacen que me resista a confiar de nuevo y me vaya de bruces. Impresionada, tomo mi bolsa repleta de contradicciones y me dedico a armar el rompecabezas.  Y literal: anda rota mi tatema, en otras palabras “yo no entender”.  Fui educada con miles de prejuicios que he bateado de a poco. Leer me ha ayudado a abrir fronteras, a deshacerme de dobles ideas, de dobles moralidades.  Pero hay delicadezas, detalles, a los que no debo restarles importancia, que hablan y definen a cualquier ser humano.

Chav@s, no hagan a otr@s lo que no desearían que les hicieran a ustedes. Es un ejercicio sencillo que no quita mucho tiempo. Ahora, si su intención es la gandallez, chingar, ser cabroncet@s para que no los olviden (un consejo muy trillado), pues allá ustedes. Para aquellos que creen que tarde o temprano todo se paga en esta vida,  prepárense para el madrazo que algún día les llegará.

Me hubiera gustado tanto haber disfrutado la imagen que creé de él en mi cabeza, de su compañía, incluso de su amistad. Haber intercambiado ideas, aprendido de su elocuencia.  

Me costó tanto levantar del piso mi autoestima. Me amo tanto en estos tiempos que no puedo aceptar poco, a guevo y condicionado ; aunque tenga la edad que tenga.

No sé qué traigo cargando en la mirada que no veo con anticipación las intenciones, mi decisión fue mala al inicio, en la parte intermedia y al final, porque en los tres momentos tuve fe de haberme equivocado. Mi intención en los dos primeros momentos fue buena, en el último, acepto mi responsabilidad, fue mala, quería desenmascarar, dar en el blanco.

Seguiré caminando, sonriendo, disfrutando lo disfrutable, besando cuando se presente la oportunidad, recibiendo caricias y ofreciéndolas (limitadas).

Perdón pero creer, es algo que para mi está en decadencia…

Foto de Jan Scholz






domingo, 8 de septiembre de 2013

Escribo...





Era una adolescente de 18 años y descubrí la “despersonalización voluntaria”. Cuando algo o alguien se atrevía a perturbar mi estado de ánimo, de manera casi instantánea, yo transformaba el entorno. Me hice experta en el arte de la fuga. Después leí que la despersonalización es un trastorno psiquiátrico, pero mi YO, en ese momento, ya había visto lo inimaginable, visitado sitios lejanos, conocido personas increíbles; así que no consentí catalogarme enferma, ni mucho menos loca, más bien afortunada.
     Luego experimenté la personificación —otro desorden mental—, en ese entonces ya había escrito cuartillas enteras de historias, descifrado miradas, embellecido palabras. Existieron días en que montada en algún árbol (los árboles para mi son sensualidades corpóreas), me distraía con los ruidos nocturnos, o sucedía que ciertos olores me saturaban; entonces, creaba más imágenes y mi YO se perdía.
     Metida en la personificación, fui ave, para ser exacta, un colibrí. Me convertí también en viento y rocé mejillas, lancé volandas. Muchas veces fui un pino —como el arte consiste en transmisión, para mi no existía mejor manera de aducir que tomando el lugar de aquello que deseaba mostrar: una forma de liberación; entonces, salía la imagen; se trata de una manera de pervertir la idea, así como lo dijo alguna vez Pessoa.  Aprendí también que el sueño lleva mucho de realidad y fue que me hice actriz en la duermevela. El resultado de todo esto fue la vida en rosa, naranja, morado, amarillo, muchos colores.  Conocí las metáforas y me valí de ellas para hacer las paces con mi realidad porque las percibía más auténticas: interactuaba mejor con mis palabras que con mi entorno; creando realidades alternas. 
     A esa edad tenía tan poco que decir. Era más fácil trasformar mi alrededor para reconocerme y responder quién y qué era yo como parte de ese todo. Luego descubrí la lectura, entonces supe en qué me había convertido: una mentirosa. Pasado un tiempo decidí mentir con dirección. En cualquier sociedad, la mentira es una acción que no es atractiva, pero en la literatura, la mentira es muy popular y tiene un fin: mostrar realidades complejas. Es una forma de creatividad.
     Powel Jones dijo: «Sólo un niño con ideas es capaz de escribir de forma creadora»; y bien, tengo años llenándome de ideas, provocando revoluciones internas.  Aprendí a observar y utilicé mis sentidos para acrecentar la experiencia; entonces, creo, me hice creativa, ejercitando la imaginación. Hoy explico y aplico esta teoría:  Mantengo gorda la imaginación con el alimento del día que es soñar, mirar y leer.
     Cuento historias, escribo ficciones y no necesariamente se trata de relatos falsos. Y si utilizo la ficción, no es con el propósito de tergiversar o traicionar la verdad. Escribo ficción no por ser rebelde —que sí lo soy—, es mi  herramienta para exponer la realidad tal y como la percibo. La realidad es pobre; sólo la ficción puede registrar infinidad de pequeñas aristas de la misma. En ocasiones (pocas) las ideas me llegan a pedradas, en cascadas o rayos, semejante a una tormenta. Como médico que soy, debo darles tratamiento, explicarlas. A Cioran no le gustaba leer novelas, decía que prefería perder el tiempo en leer lo real, lo cierto: Historia, antropología, ciencia. Yo trabajo a diario con humanos, intento curarlos utilizando bases científicas. Me he sorprendido y  he sido testigo de que muchos pacientes no leyeron el libro de medicina que yo estudié: su organismo se defiende sin cumplir las premisas establecidas, sobreviven a circunstancias imposibles — los compendios de medicina estipulan que un individuo debe morir cuando se encuentra en determinadas condiciones. Esas personas vienen a reafirmarme que el ser humano sí necesita conocer lo “cierto”, pero necesita también dejarse llevar y cautivarse por lo “posible”.
     Existen muchas maneras de ser original, el problema radica en que esa originalidad debe ser auténtica: tenía que encontrar la dirección que tomarían mis letras para lograr narrar lo “posible”; era necesario crear mi propio lenguaje. Escuché que la literatura es un chaval inquieto, cambiante, transgresor y por momentos irresponsable; ¡similar a mi esencia!, dije, y como no soy especialista en tráfico de influencias, decidí tomar clases de “tiro letra” al blanco. Mi estrategia es lanzar palabras, formar imágenes, exorcizar miedos y mitos, crear figuras; decirle al lector: “Hey, usted, asómbrese porque está vivo”, ese es el acuerdo, el pacto secreto que hago: una triangulación entre la idea, el lanzamiento de letras y el lector; soy responsable de sostener el triángulo. Al narrar deshago nudos, develo misterios. Escribo, soy ficcionaria por un buen motivo: obtener respuestas.

Foto de Marcin Sacha



jueves, 18 de julio de 2013

Gusto olfativo con notas de salida, notas de corazón y notas de fondo...






Conocerse a sí mismo requiere tiempo. Hoy en día sé quién soy. En algunos aspectos no me enorgullezco de lo que veo. He realizado un esfuerzo galante para sortear los efectos secundarios por decisiones mal tomadas. Tengo cicatrices, secuelas que me joden cuando menos deberían de hacerlo: se transformaron en mecanismos de defensa. Cuando mis receptores detectan peligro, me sale, quién sabe de qué intrincado lugar, una cabrona sensación de inquietud. Me dan palpitaciones, florece la inseguridad, esa hija de puta que viene cargada de cuestionamientos pendejos que terminan dejándome en un estado de ánimo de los mil demonios.

Soy un molde que se ha formado durante años; terminado, ahora vagabundeo por todos lados, siendo yo, esa pieza única (como lo son todos ustedes) que gusta y disfruta diferentes cosas: vestidos de gasa confortables; mezclillas delgadas, desgastadas; blusas frescas, holgadas, de colores vivos, alegres; sandalias, tacones, botas, tenis, zapatos de descanso. Cuando se trata de tirar la flojera, no lo dudo ni un instante y me visto para la ocasión, cuidado y osen molestar. Pero lo mío son los aromas. Invierto dinero en olores. Los exfoliantes corporales con aromas cítricos me trasladan durante la ducha a lugares imaginarios, me relajan –cuando tenga oportunidad, pondré una tina de baño para pasar horas sumergida, olvidándome de todo y de todos.  Luego de la ducha, me unto varios aromas: cremas corporales con esencia de rosas, aceites de sándalo, brisas frutales, desodorantes con bergamota incluida. Nunca olvido el tratamiento exclusivo que le invierto a mis pies y manos; de eso ya he hablado en otra ocasión. Embadurnada de olores, visto mi cuerpo con cualquiera de los trapos mencionados arriba. Cierro con broche de oro: rocío por todo mi cuerpo cantidades generosas de mi perfume favorito, un oriental amaderado, el cual cuenta con cuatro esencias principales: sándalo de la India, pachuli de Indonesia, resina labdanum francesa y benjuí de Siam. Conclusión: Soy olor ambulante, pero aunque no lo crean, no dejo mi aroma por los corredores, ni provoco estornudos; eso es lo que me gusta del sándalo y del labdanum: la sutileza se capta con la cercanía. Ah, olvidaba el cardamomo en mi boca. Hace unos días mi amiga Rudi subió a mi carro y comentó que olía a romero. A lo mejor es el perfume que uso, le contesté y burlándose me dijo: o la cremita de manos, o el aceitillo para tus pies, o el desodorante...

Esto sale a cuenta por eso de que me conozco y me conocen –en este aspecto– mi familia y mis amigos. Ellos, mis cercanos, saben también de mi preferencia por el color beige, verde, anaranjado, amarillo. Saben que mi corazón está a la izquierda. Conocen mi manía de tomar al mismo tiempo café, agua, cerveza y jugo de naranja. Saben de mi intolerancia a los estúpidos, a los pretenciosos, a los mentirosos, a los machos cabríos, a los misóginos, a los falsos, a los deshonestos, a los gandallas, a los envidiosos. Saben que odio las poses, las apariencias. Que no soy palera del manual de Carreño, que lo estreñido de los buenos modales me pone en estado quejumbroso, hastiada. Que prefiero una charla en una cafetería que una cena lujosa en el "Pujol".  Que para mi leer y escribir es hedonismo puro. Que me gusta perderme en el tiempo, vagabundeando por las calles; ver llover desde la esquina de una calle y mojarme los pies en cualquier charco. Llorar en parques y acompañar con mis lágrimas a la lluvia. Que grito como posesa en los conciertos. Que toco un poco el saxofon y que lo dejé una buena temporada por los huesillos de mis manos.

Los hombres que he amado poseen un perfil similar: tengo bien definido lo que me gusta. Eso me hace sentir bien y mal conmigo misma. Bien porque no soy de las que cuando tengo de pareja a un tragón, me conozco todas las taquerías del mundo; cuando me hago novia del vegetariano, me convierto en Hare Krishna; cuando salgo con un aficionado a los toros, hablo con la "Z" y grito: olé, olé. No dejo de ser yo ni me camufleo. Y por supuesto no he sido novia de un aficionado a los toros, ni de ningún vegetariano, de un tragón, sí.

Malo que el perfil que me atrae de los hombres sea como es, porque resulta que me gustan los tipos complejos, misteriosos, raros. Y lo peor es que, o llego a sus vidas demasiado tarde o muy adelantada...


Foto de inicio por  Keith Aggett 




lunes, 29 de abril de 2013

Larga espera...






Desde que tengo uso de razón veo mujeres desesperadas por encontrar un hombre que las lleve al altar. Las hay de todo tipo: desde las que lo niegan de manera rotunda y, andan por la vida, escondiendo ansia y desasosiego: en tertulias intelectuales o discursos que por momentos rayan en feminismo; hasta las que de plano se muestran tal cual: ansiosas, pagando un desplegado de periódico o de revista, con la esperanza de que caiga un tipo estilo: 

“Huyendo del frío busqué en las rebajas de enero
y hallé una morena bajita que no estaba mal,
cansada de tanto esperar el amor verdadero
le dio por poner un anuncio en la prensa local.
"Absténganse brutos y obsesos en busca de orgasmo",
no soy dado a tales excesos, así que escribí,
"Te puedo dar todo -añadía- excepto entusiasmo",
nos vimos tres veces, la cuarta se vino a dormir”.

Y lo más actual y gratuito: el ciberespacio; lugar incógnito, donde la mentira y la pose en ocasiones (contadas), logran cosechas interesantes.

Mi madre y mi tía, profundas conocedoras del lamento femenino y del terror estigmatizante del “quedaismo” (lo vieron en sus primas), dicen que ahora las muchachitas están peor que en sus tiempos. Van y buscan al hombre, lo hostigan, le meten calor hasta que llega el chamuscón y “chipote chillón”. Cuando llegan a adultas y no han logrado casarse, asegura rotunda mi tía, empiezan de entrometidas con los casados. Otras agarran lo primero que cae, aunque les toque ser el sostén de la casa.  Y bueno, remata mi madre, ahora hacen cualquier cosa, todo, con tal de no ser quedadas. 

El “quedaismo” , desde tiempos remotos, ha tenido un grado tal de rechazo y miedo, que incluso provoca que muchas digan: primero muerta que estigmatizada por quedada. Y entonces, van por los caminos de la búsqueda denotando sus aptitudes para que las detecte un buen postor (en el ciberespacio o en el periódico):  buena cocinera,  gatita y leona en la cama, poliglota, refinada, de labios sensuales, sexy derrier, tetas rígidas.  No importa que todas esas supuestas cualidades sean falsas. Y cuidado y detecten a alguien en esos menesteres de competencia iguales a los suyos porque, de inmediato, rompen todo tipo de reglas y se van directo al desgreñe.

Qué podría decir en defensa de las que estamos en medio, esas que ni publicamos nuestras tetas, ni negamos rotundamente desear encontrar el amor. Sólo que, por momentos, sentimos pena ajena de ver jalones de pelos y desfiguros entre nuestras congéneres. Y, en lo personal, me mata de risa descubrir ese tipo de espectáculo, parecido a exhibicionismo de ganado en venta.

Por qué será que la gran mayoría somos tan humanos con lo que respecta a la soledad. Por momentos envidio a los que han logrado moldear su carácter de tal manera que el orgullo sea su componente principal, poniendo en el mínimo exponencial los deseos. Esos personajes equilibrados que han dejado en paz el cosquilleo curioso de la búsqueda porque ya probaron y encontraron el punto máximo, y sólo les resta admirar y disfrutar el arte y las bellezas que nos regala la naturaleza; esos seres que hacen de su soledad un lugar misterioso y sagrado. Caray, cómo los envidio. 

Mientras tanto y en espera del amor, más no necesariamente del matrimonio, me gustaría encontrar ese cuerpo del cual extraer letras, melodías; esa piel que se mezcle con la mía. Si ese encuentro no llega, espero la tranquilidad egoísta y auténtica de la soledad, enriquecida de arte y misterio.



<<Todo amor que va precedido de una larga espera —y tal vez ni siquiera pueda llamarse amor lo que no se haya purificado en el fuego de la espera— confía en un milagro de la otra persona y de sí mismo.>>
Sándor Márai.


Foto de:   Richard Spurdens





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