Era una adolescente de 18
años y descubrí la “despersonalización voluntaria”. Cuando algo o alguien se
atrevía a perturbar mi estado de ánimo, de manera casi instantánea, yo
transformaba el entorno. Me hice experta en el arte de la fuga. Después leí que
la despersonalización es un trastorno psiquiátrico, pero mi YO, en ese momento,
ya había visto lo inimaginable, visitado sitios lejanos, conocido personas
increíbles; así que no consentí catalogarme enferma, ni mucho menos loca, más
bien afortunada.
Luego experimenté la personificación —otro
desorden mental—, en ese entonces ya había escrito cuartillas enteras de
historias, descifrado miradas, embellecido palabras. Existieron días en que
montada en algún árbol (los árboles para mi son sensualidades corpóreas), me
distraía con los ruidos nocturnos, o sucedía que ciertos olores me saturaban;
entonces, creaba más imágenes y mi YO se perdía.
Metida en la personificación, fui ave,
para ser exacta, un colibrí. Me convertí también en viento y rocé mejillas,
lancé volandas. Muchas veces fui un pino —como el arte consiste en transmisión,
para mi no existía mejor manera de aducir que tomando el lugar de aquello que
deseaba mostrar: una forma de liberación; entonces, salía la imagen; se trata
de una manera de pervertir la idea, así como lo dijo alguna vez Pessoa.
Aprendí también que el sueño lleva mucho de realidad y fue que me hice
actriz en la duermevela. El resultado de todo esto fue la vida en rosa,
naranja, morado, amarillo, muchos colores. Conocí las metáforas y me valí
de ellas para hacer las paces con mi realidad porque las percibía más
auténticas: interactuaba mejor con mis palabras que con mi entorno; creando
realidades alternas.
A esa edad tenía tan poco que decir. Era
más fácil trasformar mi alrededor para reconocerme y responder quién y qué era
yo como parte de ese todo. Luego descubrí la lectura, entonces supe en qué me
había convertido: una mentirosa. Pasado un tiempo decidí mentir con dirección.
En cualquier sociedad, la mentira es una acción que no es atractiva, pero en la
literatura, la mentira es muy popular y tiene un fin: mostrar realidades
complejas. Es una forma de creatividad.
Powel Jones dijo: «Sólo un niño con ideas
es capaz de escribir de forma creadora»; y bien, tengo años llenándome de
ideas, provocando revoluciones internas. Aprendí a observar y utilicé mis
sentidos para acrecentar la experiencia; entonces, creo, me hice creativa,
ejercitando la imaginación. Hoy explico y aplico esta teoría: Mantengo
gorda la imaginación con el alimento del día que es soñar, mirar y leer.
Cuento historias, escribo ficciones y no
necesariamente se trata de relatos falsos. Y si utilizo la ficción, no es con
el propósito de tergiversar o traicionar la verdad. Escribo ficción no por ser
rebelde —que sí lo soy—, es mi herramienta para exponer la realidad tal y
como la percibo. La realidad es pobre; sólo la ficción puede registrar
infinidad de pequeñas aristas de la misma. En ocasiones (pocas) las ideas me llegan
a pedradas, en cascadas o rayos, semejante a una tormenta. Como médico que soy,
debo darles tratamiento, explicarlas. A Cioran no le gustaba leer novelas,
decía que prefería perder el tiempo en leer lo real, lo cierto: Historia,
antropología, ciencia. Yo trabajo a diario con humanos, intento
curarlos utilizando bases científicas. Me he sorprendido y he sido
testigo de que muchos pacientes no leyeron el libro de medicina que yo estudié:
su organismo se defiende sin cumplir las premisas establecidas, sobreviven a
circunstancias imposibles — los compendios de medicina estipulan que un
individuo debe morir cuando se encuentra en determinadas condiciones. Esas
personas vienen a reafirmarme que el ser humano sí necesita conocer lo
“cierto”, pero necesita también dejarse llevar y cautivarse por lo “posible”.
Existen muchas maneras de ser original, el
problema radica en que esa originalidad debe ser auténtica: tenía que encontrar
la dirección que tomarían mis letras para lograr narrar lo “posible”; era
necesario crear mi propio lenguaje. Escuché que la literatura es un chaval
inquieto, cambiante, transgresor y por momentos irresponsable; ¡similar a mi
esencia!, dije, y como no soy especialista en tráfico de influencias, decidí
tomar clases de “tiro letra” al blanco. Mi estrategia es lanzar palabras,
formar imágenes, exorcizar miedos y mitos, crear figuras; decirle al lector:
“Hey, usted, asómbrese porque está vivo”, ese es el acuerdo, el pacto secreto
que hago: una triangulación entre la idea, el lanzamiento de letras y el
lector; soy responsable de sostener el triángulo. Al narrar deshago nudos,
develo misterios. Escribo, soy ficcionaria por un buen motivo: obtener
respuestas.
Foto de Marcin Sacha
1 comentarios:
Y lo haces maravillosamente amiga...
Tus cuentos están pintados de todos esos colores, lugares y personajes fantásticos.
Te admiro por haber llevado esa costumbre a las letras, no es nada fácil.
Publicar un comentario