Es la moda de los monstruos, no sé ustedes pero yo tengo el mío desde hace un buen tiempo. Lo he amaestrado de a poco. Escondido en las calles de ésta ciudad caótica, un sábado de lluvia, tropecé con él. Creo que el monstruo fue quien se asustó más. Lo sé, no es fácil creerme pero les juro que así fue. Su mirada era de terror, su cuerpo lampiño, negruzco y baboso se estremecía, emanaba un olor que hasta la fecha no puedo comprender y, creo, fue lo que me ha tenido preñada de él todos estos años: rosas... huele a rosas 🥀 de castilla. Tiene pies de gato sin pelos y manos humanas con dedos largos y delgados: de pianista. Por último hablaré de sus ojos, son dos bolas que emergen de su torso gelatinoso, no, no tiene cabeza; oye y respira a través de cuatro orificios distribuidos en forma horizontal en el torso, sólo ahí, en esos cuatro hoyos tiene pelos: negros, brillosos largos, y cuando llora, por ahí brotan chorros de un líquido muy claro con olor a tierra mojada. Se alimenta de mi optimismo, de mis logros, de mis retos, de mis carcajadas, de mi curiosidad, de mi creatividad, de mis intentos. No me gusta que se esconda, porque es un signo de que tiene hambre y cuando eso sucede, no huele a rosas mi camino diario.
Como buena solitaria estoy acostumbrada al miedo, tal vez por eso me cayó ésta responsabilidad de cuidar al monstruo. Al principio me preocupé, ahora me verán en la tarea de alimentarlo.
No sé quién salvó a quien...
DOM...
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