He meditado acerca de esto de contar historias. Aflojar los dedos y permitir que los humores saturen al lector. Soy una consciencia inquieta, me gusta vomitar lo primero que pasa por mi cabeza. Luego sonrío, me hago la tonta cuando descubro que puedo matar de un solo tiro a cualquier individuo. Pero, como ya plasmé en la hoja en blanco la idea, entonces, decido acudir al velorio del agraviado antes que censurar a mis dedos.
Un día escribí un cuento sin escenario, sin ambiente, sin protagonistas. La fórmula para hacer esto la encontré refundida en los tubos largos que sostienen la cabecera de mi cama. Bien enrolladas, las ideas reposaban a la espera de mis ojos. Esa ocasión, me recosté sobre un edredón de espinas, para evitar que llegara el sueño, de pronto algo pegajoso mojó mi cara, los tubos de la cabecera escurrían mocos y babas. Fui a por un trapo y mientras limpiaba las secreciones, brotaron las ideas. Todo lo que había allí no tenía nombre. Me dedique a escoger las palabras con mucho cuidado: como espigador, quito, pongo.
Inventé cielos rojos, sentimientos sin dolor e independientes, mentes con poder de acción espontánea, mascotas únicas y voladoras. Y me perdí por un tiempo indefinido dentro de un bosque en la noche de la mente.
Este cuento lo titulé "La bella que duerme", digo para que no me reclamen autoría.
Desde ese día que nació "La bella que duerme", supe que no despertará jamás.
lunes, 23 de julio de 2012
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1 comentarios:
mi querida didata..escrives preciosamente..me gusta tu liberdade de ideas..tu idiologia..e tu liberalismo...ben hecho..continua asy..bejos nel core del aventureiro..de salou..un saludo...
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