Los Mayas han inquietado al mundo. Mientras eso sucede, habrá que hacer cosas.
Hay quien se anima a colocarse botas y mallas calientitas, acudir a trabajar, sentarse por un lado de su compañera de trabajo (ambas con sus respectivas computadoras), leer libro y periódico del día, tuitear en algún momento. Burlarse de la frustración de los vanidosos que se empeñan en mostrar lo que no son y reafirmarse en su necesidad de ser importantes. Desearles que les vaya como quieran que les vaya, aunque no depende del deseo de otros, el porvenir propio y viceversa. Mostrar la ironía en imágenes literarias. Beberse los tres cafés rutinarios de la mañana. Viajar por minutos en compañía de la irresponsabilidad mental, prima hermana del anhelo: recordando el pecho florido del ausente y su columna vertebral, sólo hasta el intervalo que comprende el inicio de las nalgas, ya que estas últimas tiene su momento especial. Bajar del ensueño en el instante que el rubor le delate.
Recuerdo del día: Cuando leí "Cien años de soledad", realicé, en una libreta y a mi manera, un árbol genealógico de la familia Buendía, de esa forma iba a mis apuntes para no desorientarme durante la lectura. Ahora aconsejo hacer eso a cualquiera que se adentre en el pueblo imaginario de Macondo. Aquel que logre detectar su rabito de cochino, es que logró meter su persona en alguna de las siete generaciones.
Foto de Leslie Moroney
Mafalda desde si misma...
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