Existe un espécimen que me ha mantenido entretenida desde hace ya varios meses. Lo observo. Acepto que la tecnología me proporciona una forma de "mirarlo" sin que él lo sepa. Hay veces que me enternece (pocas), aunque las más ¡caray! me irrita tanto. Es un especialista en la falsa autocrítica. Es tan frívolo; la frivolidad la manifiesta en su constante cinismo. El típico que le da más importancia al saber, ya que él conoce lo que se logra con el verbo y la pose de sabio: poder, incluso perdón a su arrogancia. Es el típico ingenuo contrariado que se la pasa diciendo que la pinche vida ya se la sabe de memoria, que todo está mal, que todo es mierda: el clima, el tráfico, el gobierno, sus maestros, sus compañeros, las mujeres, la ciudad, el país, el mundo.
No se confundan, él no es misántropo, hasta para ser misántropo se necesita una verdadera autocrítica...
Recuerdo del día: En "Crónica de la intervención", Juan García Ponce muestra un juego de espejos bastante interesante. Intervienen situaciones absurdas que le dan un toque especial al clímax de la novela. Los juegos olímpicos de 1968, marcando el escenario.
"...llegar al espejo, no ver su reflejo, saber que se ha ido al escuchar sólo el grito...". Cuando leí el libro, sucedió que en varias ocasiones, al mirarme en el espejo, me sentía Mariana: sensual, desprendida, intensa. La María Inés se manifestaba en mi como una sensación de inexplicable tensión, una necesidad de sacar lo animal, lo primigenio que por momentos se me esconde. Es una novela de identidad y contemplación, de intervención y de reclamo sutil, de historia y análisis, de la mirada de García Ponce hacía el erotismo femenino.
Foto de Benjamin Goss
Mafalda desde si misma...
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