"El agrio", es el primo de un vecino. Cuando lo conocí, me produjo un estado de irritación extrema, y más porque estaba destinada a bailar con él en la fiesta, yo era la causa de que fuera invitado. Sólo de recordar el papelón que hizo mi vecino para convencerlo de ir, me provoca un torzón de tripas. Le dijo que tendría una pareja de baile simpática y excelsa en lo que respecta el movimiento de piernas. Y bueno, la cosa es que "El agrio" acepto a regañadientes. Antes de saludar, se lanzó con una lista de quejas extensa: el frío, el retumbar de vidrios por la música, el ponche caliente, la cantidad de gente, las niñas fresa, las piñatas de súper héroes, el reggaeton, la tradición de pedir posada, lo caro que está todo y el desperdicio de fruta (y eso que él no compró nada). Bailamos y durante el movimiento de esqueleto, me platicaba acerca de ballet clásico, de la ópera y yo sin decir nada, pero aunque hubiera sido experta en esos temas, aún así, me habría quedado callada. Después el vecino me pidió disculpas: "fue una mala idea de mi parte presentarte con este tipo, pensé que podrían platicar, ya que a ti te gusta la música y la lectura y a él el arte", concluyó.
Mucha gente pseudo culta y pseudo intelectual se cree tan elevada que muestran de buenas a primeras sus carencias. Algunos actúan como adultos antipáticos, otros como adultos malévolos. Este espécimen, "El agrio", es uno de los últimos, creo que en verdad no es un ser humano malo, sino que ha renegado tanto de esto, aquello, de aquel y de él mismo que la gente que lo ve (me incluyo), lo advierte como un cadáver viviente. Estos humanoides de verdad odian todas la cosas y a todas las personas, pero principalmente se odian a si mismos.
Recuerdo del día: Las mujeres adúlteras tienen un brillo especial. La frialdad y en ocasiones la crudeza de sus actos les da un aló emocionante y por momentos encantador. No todos los personajes de este tipo podrían definirse como yo lo he hecho, pero sin duda uno de los que más me han inquietado es el de Hester. Esa adúltera que dejaba en libertad su imaginación y de esa manera especulaba y actuaba en contra de lo que la sociedad le imponía; pero fuera de ese mundo propio, imaginario y solitario ella, Hester, se amoldaba sin respingar y con resignación a los reglamentos externos de esa sociedad cerrada y moralista. Cargaba el estigma de adúltera cosida en la ropa: una inmensa letra escarlata en el pecho. La novela de Nathaniel Hawthorne, "La letra escarlata", relata de manera precisa el abatimiento del alma sentenciada por la enfermedad moral y la culpa. Los vasos comunicantes existentes entre el arrepentimiento y la responsabilidad.
Foto de Philomena Famulok
Mafalda desde si misma...
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